También le habían pintado las uñas y la habían maquillado, y luego la habían mandado a una boutique donde una mujer alta, negra, de mechas fucsia la había embutido en aquel vestido negro de hombros descubiertos y le había puesto aquellos zapatos de tacón de aguja.
—Por tu reacción, me doy cuenta de que no llevas mucho tiempo —dijo él abriendo la puerta del taxi que había parado y haciéndola entrar.
Al ver que el desconocido se sentaba a su lado, Lali frunció el ceño. Le estaba bien empleado por querer tener un comportamiento alocado.
Aquella idea y el saber que aquel hombre atractivo y sofisticado se había dado cuenta de su inexperiencia le hizo sentir ganas de llorar. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Eh, no te pongas así —Peter extendió la mano y le secó una lágrima con el pulgar.
Con el movimiento se le abrió la chaqueta y ella tuvo un atisbo de su pecho, ancho, debajo de una camiseta negra.
—Me di cuenta de que no eras una cliente habitual de clubes en cuanto te vi — continuó él—. Pero eso no quiere decir que no seas bienvenida en el Hot Spot. Me alegro de que hayas venido a conocerlo —sonrió.
Aquella sonrisa relajó un poco a Lali. Él era muy amable con ella, y si era verdad que era el dueño del establecimiento, tendría mejores cosas que hacer que consolar a una clienta. No obstante, empezaba a creer que había tenido suerte de ser rescatada por Peter antes de marcharse con aquel hombre de la chaqueta de polyester.
¿Qué le había pasado que había estado dispuesta a irse con él? Tampoco estaba tan desesperada por perder la virginidad, ¿no?
—¿Dónde vives, Lali? Le diré al taxista que te lleve.
Lali estaba a punto de decirle la dirección. Pero si se la decía, el taxista la dejaría en su casa y luego volvería con Peter al club. La noche habría terminado sin un solo acto de abandono. Todos sus esfuerzos por encontrar un nuevo peinado, ropa diferente, y supuestamente una nueva actitud, serían en vano, y ella seguiría siendo una virgen de treinta y un años.
El alcohol que había consumido antes amenazó con producirle náuseas.
—¡No! —exclamó.
—¿No? —preguntó Peter, confundido y divertido por su repentina exclamación.
Lali agitó la cabeza.
—No quiero ir a casa. Acababa de llegar al bar. Es mi cumpleaños y no voy a irme a mi casa hasta…
el siguiente
ReplyDeleteMaass
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