Cualquiera diría que llevaba una letra escarlata cosida a la pechera, a juzgar por la forma en que atraía la atención de todos.
Ella sabía manejar la atención, aunque fuera negativa. Pero más que las miradas y los murmullos, lo que le preocupaba era el impacto que su reputación mancillada pudiera tener en el dinero que se recaudara esa noche.
Había trabajado mucho en la organización de la gala. Era una filántropa apasionada, que dedicaba su tiempo y su propio dinero a apoyar las causas que sentía más cercanas. Y siempre se le había dado bien convencer a los demás, para que colaborasen en ellas.
Normalmente, a esas alturas de la gala, ya habría conseguido una docena de cheques generosos por parte de los presentes, seguidos de muchos más al final de la velada. Esa noche, sin embargo, sus manos, y también las arcas del hospital, aún estaban vacías.
Sólo por haber tenido la desgracia de conocer a Benjamin en otra gala benéfica precisamente el año anterior, y por haber carecido del sentido común de rechazarlo cuando empezó a pedirle que saliera con él, personas que verdaderamente necesitaban su ayuda podían terminar sin nada.
La perspectiva le destrozaba el alma y tuvo que apretar las costuras que armaban el cuerpo, de su vestido tratando así de calmar los nervios que le atenazaban el estómago.
Actuaría como si no hubiera pasado nada, y rogaría por que los asistentes dejaran a un lado la curiosidad y recordaran el verdadero motivo por el que estaban allí. Si no, tenía la desagradable sensación de que su particular cuenta bancaria se iba a llevar un buen golpe cuando tratara de costear ella sola lo que debería haberse recaudado esa noche. Y seguramente tendría que hacerlo, por culpa de su mala suerte y sus malas decisiones.
Una vez terminada la ronda para comprobar que todos los invitados estaban en su sitio, correctamente servida la comida y todo en orden, regresó a su sitio al frente del salón, sobre el estrado que se había montado para los organizadores de la gala. Charló un poco con las mujeres sentadas a ambos lados y se tragó como pudo la comida, sin saborearla.
A continuación, tuvo lugar el discurso del presidente de la organización y una breve ceremonia en la que se otorgaban placas a aquéllos que más se habían esforzado durante el año anterior. Incluso la propia Lali recibió una, por su continua dedicación a recaudar dinero para el hospital.
Lali sintió verdadero alivio cuando la gala terminó por fin. Para entonces tenía en su poder varios cheques generosos y había conseguido la promesa de recibir alguno más. No eran tantos como había recibido en otras ocasiones, y definitivamente había notado la diferencia en el trato de los asistentes. Pero, al menos, las perspectivas eran más optimistas que al principio de la velada.
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