Wednesday, December 9, 2015

capitulo 40

Parecía que todo iba como la seda. Suspiró y rezó porque no ocurriera ningún incidente que pudiera enturbiar la velada. Al girarse para inspeccionar el salón principal, localizó de inmediato a Peter que se acercaba a ella. Con su tremenda e imponente estatura, sobresalía entre la multitud. Lali sintió como si se quedara sin aire. Le habría gustado poder echarle la culpa al ceñido vestido que llevaba, pero sabía que la culpa la tenía sólo él. Peter, que podía hacer que se le detuviera el corazón con sólo mirarla. Peter, que hacía que le sudaran las manos y sentir como si tuviera mariposas en el estómago. Peter, que quería que cambiara de opinión respecto a lo de no acercarse a él más de lo estrictamente necesario. «Sé fuerte», se dijo, tragando con dificultad al tiempo que se esforzaba por juntar bien las piernas para que no le temblaran conforme se acercaba a ella. Cuando por fin la alcanzó, le hizo una pequeña inclinación de cabeza y la tomó de la mano, sin dejar de mirarla a los ojos ni un solo momento. —Baila conmigo —murmuró suavemente. Fue más una orden que una petición, a juzgar por su tono de voz y sus modales principescos, pero ella intentó negarse. —No creo que la música navideña sea la más indicada para bailar —dijo ella, mirando a su alrededor. Aunque había varias parejas bailando. —Claro que sí. Peter ladeó un poco la cabeza, como si estuviera prestando atención a los lentos acordes de un villancico clásico. La sujetó con más fuerza y tiró de ella en dirección al centro de la pista de baile. —Además, es mi obligación como príncipe dar ejemplo a los demás, y queremos que todos se lo pasen bien esta noche, ¿no? ¿No era eso lo que pretendías para que todos los invitados se mostraran más generosos a la hora de hacer sus aportaciones? Lali estaba segura, a juzgar por la expresión que vio en su rostro, que disfrutaba mucho pinchándola. Peter sonrió levemente y unas pequeñas arruguitas aparecieron a ambos lados de sus ojos en su intento por no parecer demasiado divertido. Podría haber seguido quejándose, pero ya era demasiado tarde. Habían encontrado un espacio vacío en la pista, y Peter le rodeaba ya la cintura y la estrechaba contra sí. Extendió la palma en la parte inferior de la espalda de ella, sujetándola en su sitio mientras dirigía sus movimientos en pequeños círculos. Y tal como había previsto, los demás empezaron a bailar al ritmo de los villancicos que sonaban por todo el edificio.

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