Pero ella tenía tan poco que ver con él... Peter vivía en un mundo distinto al suyo, sin verse afectado por las inhibiciones que la dominaban. Había querido hacer el amor con ella, eso era todo, no quería nada más, sólo un cuerpo con el que satisfacer sus necesidades sexuales. Y a ella le era difícil aceptar esa verdad. Sin duda, además, él no podría entender lo ofensiva que esa verdad era para ella. Ella no tenía intenciones de ser usada para una noche de entretenimiento y luego apartada como un periódico viejo.
Por Dios Santo, ¿cómo podía haber permitido que la besara? Contuvo lágrimas de desprecio por sí misma. Por lo visto, se parecía más a su madre y a Candela de lo que pensaba. Le faltaba orgullo y autocontrol y, en manos del deseo, perdía toda objetividad. Se había comportado como una mujerzuela, se dijo, y no sería sorprendente que Peter hubiera llegado a la misma conclusión.
Horas después, a la hora de comer, Emilia asomó la cabeza por la puerta del jardín y se fijó en lo bien puesta que estaba la mesa.
-¿Todavía no has comido?
-Estoy esperando a Peter.
-¿No te lo ha dicho? -dijo Emilia, sorprendida-. Se ha ido a Londres.
A Lali le dieron ganas de gritar. Un grifo se había roto durante la noche y la cocina estaba inundada. Los fontaneros lo habían arreglado, pero quedaba que los obreros reemplazaran el suelo estropeado, que estaba completamente sucio. El contenido de los armarios de la parte baja estaba repartido por todas partes y la calefacción, recién instalada, apagada.
Le dolía la cabeza, por el ruido constante de los obreros que reformaban las habitaciones. Estaba sucia y mojada, y, para colmo, Rosie andaba a gatas por el suelo, ensuciándose.
-¡Levántate de ahí! -exclamó levantándola ella.
-Nooo... -dijo Rosie-. Soy una vacaaa.
-¡No eres una vaca!
En toda su vida había estado tan cansada. Llevaba una semana trabajando sin parar y no se veían los resultados en ninguna parte. Peter no se había puesto en contacto con ella, y cuando le llamó a su apartamento de Londres, le respondió una chica histérica diciéndole que le dejara en paz.
De repente, Rosie dio un chillido de placer y cruzó el suelo a gatas. Con gran sorpresa, Lali se quedó boquiabierta al ver a Peter en el quicio de la puerta. Llevaba botas de cuero, pantalones de montar, suéter de cuello alto y un largo abrigo verde, cubierto de gotas de lluvia.
-Soy una vacaaa -le dijo Rosie, sonriendo, con los ojos abiertos como platos.
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