Peter murmuró algo y se movió para que Lali reposara sobre un costado. Volvió a ocuparse de sus pechos, pero esta vez con pequeños mordiscos que la volvieron loca. Le acarició el estómago y llegó hasta el revoltijo de rizos que tenía entre los muslos. Cuando las braguitas le molestaron, se las quitó delicadamente, y siguió acariciándola hasta encontrar el hueco húmedo que buscaba. Luego, sin avisar, volvió a ponerla de espaldas.
Cada centímetro de su cuerpo estaba caliente, ansioso, hambriento. Temblaba, se estremecía, perdida en una oleada de deseo. Peter se separó de ella, se quitó el suéter y se desabrochó el cinturón para quitarse los pantalones, arrodillándose entre sus piernas. Por una décima de segundo, se quedó inmóvil, mirando a Lali con los ojos ardiendo de deseo.
-Maldita sea -dijo-, nunca me había sentido así. ¡Nadie me había hecho sentir así! Hacer el amor nunca me había excitado tanto.
Lali lo deseaba con toda su alma. No podía pensar, sólo desear a Peter. Y entonces fue cuando oyó el grito, distante y lejano. Y se incorporó, con temor, como si alguien hubiera despertado su fibra maternal.
-¡Rosie! -exclamó, a punto de caerse del sofá.
Se bajó la camiseta y subió las escaleras de dos en dos. Rosie estaba sentada en la cama, muy quieta, sollozando.
-No pasa nada, cariño -dijo abrazándola-. Ya estoy aquí, ya estoy aquí.
En cuanto Rosie sintió su cuerpo y oyó su voz, se tranquilizó. Dejó que Lali volviera a echarla sobre la cama y Lali le acarició el cabello, hasta que, al cabo de unos segundos, la niña se dio la vuelta y se durmió.
Al ir a salir de la habitación, Lali sintió que dos poderosos brazos la apresaban.
-No creo que el servicio de bomberos sea más rápido -dijo Peter dándole la vuelta y levantándola en el aire.
Le separó las piernas, hizo que le rodeara con ellas y la besó en la boca con suavidad.
El mundo comenzó a dar vueltas a su alrededor y le acarició el cabello, embebida en la intensidad del placer que volvía a sentir. Peter gruñó al darse con el hombro contra el inoportuno marco de una puerta y dejó a Lali sobre la cama. Pero fue un error. Lali abrió los ojos, y el techo, adornado de estuco moldeado, le trajo viejos y desagradables recuerdos.
-Oh, no... -susurró con horror, y trató de levantarse.
Peter, concentrado en las complicaciones de poner a Lali en una posición que los satisficiera, trató de acariciarla otra vez.
Lali se puso de rodillas con un salto y se tapó con la camiseta, en un ataque de repentino recato.
-¡No!
-¿No? -replicó Peter casi en un susurro.
Lali gateó hasta el otro lado de la cama.
-Lo siento, pero no podemos...
-Claro que podemos -dijo Peter y se puso junto a ella.
-Lo... lo siento. No... no quería llegar tan lejos.
-Yo ni siquiera he empezado, ¿qué demonios ocurre? -preguntó Peter con dureza-. ¿Es una clase de juego para que acabe violándote?
-Eso es una... una... una... -dijo Lali, y salió corriendo.
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