-Escúchame. Yo no te he pasado una pensión desde que nació, y eso no me hacer quedar muy bien que digamos. Tú has llevado una vida muy difícil, todo lo contrario que yo, que, además, no he llevado una existencia muy respetable. Por la vida que he llevado se podría decir que no soy un padre responsable. A no ser que soborne a los jueces, la verdad es que no tengo ninguna posibilidad de hacerme con la custodia de...
-¿La custodia? ¿Por qué quieres la custodia de Rosie? -preguntó Lali, horrorizada ante la idea del problema que podía crear una sola mentira, que podía crecer hasta apoderarse de su existencia. Pero no tenía nada que temer. En cuanto Candela recobrara el sentido común, su pesadilla acabaría.
Peter se dejó caer, con aquella gracia innata que tenía, en el sofá que estaba frente a Lali.
-Tú podrías conocer a otro hombre, casarte, y, antes o después, yo tendría que salir de su vida. Guy me ha dicho que es muy frecuente. La gente empieza llena de promesas y buenas intenciones, y entonces comienza otra relación. Los padres divorciados suelen perder el contacto con sus hijos y yo no estoy preparado para que me ocurra eso.
-Peter, creo que te estás poniendo muy serio. Te has enterado hoy... Quiero decir, ¿no te parece un poco prematuro...?
-Ya me he perdido los dos primeros años de su vida -dijo Peter con énfasis-. A partir de ahora quiero estar con ella. No quiero que crezca como yo.
Lali guardó silencio, carcomida por la culpa.
-Cuando mi padre -prosiguió Peter- supo de mi existencia, quiso ponerse en contacto conmigo, pero mi madre no se lo permitió. Esa fue su venganza. Cuando mi madre murió, mi padre vino al colegio sin el permiso de mi abuelo y yo no quise conocerlo. Era el hombre al que acusaba de haber arruinado la vida de mi madre, y la mía. Sabía que estaba casado, que tenía hijos, y lo odiaba. No tenía nada que ver con él y él se sentía culpable. Había persuadido a su mujer de que su deber era ofrecerme su casa de España para vivir con ellos.
Bebió un trago de whisky y siguió hablando.
-Era un playboy, incapaz de ser fiel por naturaleza, pero era un hombre honrado. Su mujer no hablaba, y no hacía falta ser un lince para darse cuenta de que odiaba tener que vivir con el hijo bastardo de su marido. Pero Jaime no se daba cuenta de ello, tenía fe ciega en lo que llamaba «lazos de sangre». Y yo le mandé al diablo.
Lali se compadecía de él, sufría por él.
-Pero él insistió. Me escribía y yo rompía las cartas sin leerlas. Luego dejó de escribir. La ironía es que... si en vez de hablar conmigo lo hubiera hecho con mi abuelo, me habría mandado a España en el primer vuelo.
-¿Quieres decir que... que tu abuelo te habría entregado a él sin dudarlo?
Peter apuró el whisky y dejó el vaso con un golpe seco.
-Sólo quería que comprendieras mi punto de vista. Siempre he lamentado no conocer a mi padre, era demasiado orgulloso para dejar que se aproximara a mí -dijo, y apretó los labios-. Fue muy triste que Jaime y su familia murieran en ese accidente de avión.
-Debió de serlo -susurró Lali.
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