-Luego deseé haber pasado algún tiempo con él, pero era demasiado tarde -dijo Peter, y suspiró pesadamente-. Demasiado tarde para conocer a mis hermanos. La mayor parte de las veces la vida no te da segundas oportunidades y yo no la tuve. No puedo describirte cómo me sentí al saber que yo heredaba todo el dinero de Jaime.
Lali agachó la cabeza para ocultar sus sentimientos de compasión.
-Jaime nunca olvidó que yo era el primero de sus hijos. Aunque mis hermanos hubieran sobrevivido, yo habría heredado más que ellos. Era multimillonario y todo ha sido para mí. Yo no lo quería... Era del hombre al que yo había rechazado cuando todavía estaba vivo.
-Pero si él quería que tú lo tuvieras todo...
-A esa conclusión he llegado yo, pero sigo sintiéndome culpable. Por eso quiero cuidar de Rosie. Quiero que lo tenga todo, y, además, necesita seguridad.
-Estoy de acuerdo -dijo Lali tragando saliva-, pero...
-No hay pero que valga -dijo Peter con suavidad-. Nunca he querido hijos, no quiero hacer con un hijo lo que mis padres hicieron conmigo. No quería esa responsabilidad, pero ésa era una decisión muy egoísta. Siempre he tenido cuidado de no correr el menor riesgo de dejar a ninguna mujer embarazada... y ahora averiguo que una vez no tomé precauciones y todo cambia.
¿Debía decirle la verdad en aquel instante?, se preguntaba Lali. ¿Qué ocurriría cuando dejara de concentrarse en Rosie? Un sexto sentido le decía que volvería su deseo, con renovada intensidad, de vengarse de Candela. Y si Lali le decía que su hermana estaba embarazada y que por eso le había mentido, estaba segura de que no la creería. Pensaría que era otra mentira, porque Candela no admitiría estar embarazada. Tristemente, comprobó que estaba entre la espada y la pared. Estaba condenada si hablaba, y condenada si no lo hacía. Hasta que confirmara que Candela había vuelto con Pablo, sólo su mentira y su silencio podían proteger al niño que tenía en sus entrañas.
-Estás muy callada -dijo Peter-. Cualquiera pensaría que esto no tiene nada que ver contigo.
Los acontecimientos se habían escapado a su control, pensó Lali. Estaba al borde del precipicio.
-No sé qué decirte -dijo, y era la mayor verdad que había dicho en todo el día.
-Rosie es feliz aquí, pero ahora tú ya no puedes seguir siendo mi asistenta.
A Lali se le hizo un nudo en el estómago. Ya veía adónde conducía todo aquel razonamiento. Peter se disponía a echarlas. Quería a Rosie, pero a cierta distancia y en dosis pequeñas.
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