ESTÁS preciosa... -dijo Emilia, interrumpiéndose, porque intuía que algo no andaba bien. Pero la actitud distante de Lali no invitaba a hacer preguntas.
Una combinación de miedo y desesperación la paralizaba, pero una palabra equivocada la haría romper a llorar. En lo único en lo que podía pensar era en lo que la esperaba en la iglesia. Tontamente, no había pensado en que Emilia se inmiscuiría en los preparativos, pero allí estaba, ante ella, sonriendo y con el vestido de novia que Peter había enviado desde Londres el día anterior.
Era blanco y con encajes en rosa, y sólo vagamente parecía un vestido de novia, aunque era muy romántico y con mucho vuelo. El hecho de que Peter hubiera elegido el vestido, subrayaba la decepción que sentía Lali. Para Peter aquel día era el día de su boda, lo que ella pudiera sentir tenía menos importancia.
Pero, ¿cómo se sentiría cuando le dijera la verdad? ¿Por qué había dejado que las cosas llegaran tan lejos? Y el final iba a tener lugar en la iglesia, el peor escenario para una revelación así. Y su padrino, el obispo, esperando para oficiar una ceremonia que no se llevaría a cabo. Si Peter hubiera llegado el día anterior, se lo habría dicho.
-Pellízcate las mejillas -dijo Mariano cuando se subieron al coche-. Pareces un fantasma.
Ella deseaba ser un fantasma, deseaba estar muerta y enterrada. Hasta aquel momento, había suprimido rigurosamente sus sentimientos en favor de los de Peter. Sus propias emociones le habían parecido irrelevantes comparadas con la tarea de salvar al niño no nacido de Candela. Pero en aquellos momentos estaba sumergida en ellas y no podía controlarlas. Amaba a Peter, veía todos sus defectos, pero lo amaba. Nunca había creído que el amor fuera así, pero así era. No era ciego, era comprensivo.
Sabía que él no la amaba, pero al menos la apreciaba. No era mucho, pero lo poco que era lo iba a perder. Peter la despreciaría, porque la decepción sería imperdonable. Una vez derribadas las barreras, él había sido sincero con ella, pero lo único que ella había hecho había sido mentir y mentir. No volvería a verlo... nunca. Había hecho las maletas el día anterior, para que su marcha fuera más rápida.
Miró por la ventanilla, la iglesia estaba llena de gente, en su mayor parte vecinos de la localidad. También estaba la prensa, y al ver a un fotógrafo le dieron ganas de llorar.
Bruscamente, se abrió la puerta. Era Peter, que parecía surgido de ninguna parte.
La tomó de la mano y la sacó del coche.
-Malditos buitres -dijo, malinterpretando el gesto aterrado de Lali.
-Danos un respiro, Peter -decía uno de los periodistas, mientras Peter se abría paso tapando a Lali con el brazo y manteniendo su cabeza agachada, privándoles de una buena fotografía.
-Tengo algo que... que decirte -dijo Lali, cuando entraron en la parte trasera de la iglesia-. Yo...
Cerrando la pesada puerta, Peter le dio la vuelta y la abrazó. Luego la miró de la cabeza a los pies.
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