-¿Tú lo quieres? Ese bastardo, ese pervertido bastardo -dijo Pablo con asco-. ¿No le importa a quién hace daño? Yo puedo competir con cualquiera excepto con él, con cualquiera. Pero yo no parezco una maldita estrella de cine y no soy rico y la única vez que monté a caballo acabé con el trasero en el barro.
-Cálmate, Pablo -le rogó Lali, preguntándose cuánto sabía, qué le habría dicho Candela.
Pablo se mesó los cabellos y suspiró.
-Pero él es tan perfecto, tan inhumano... Aunque tiene la altura moral de un gato. Tú deberías saberlo cuando te casaste con él.
-Pablo...
-Así que lo que voy a contarte no puede suponer ninguna sorpresa para ti -dijo Pablo, dándose un puñetazo en el muslo-. Candela nunca se ha olvidado de él, se casó conmigo por despecho y, si te digo la verdad, a mí no me importó.
Lali apartó la mirada. Santo Dios, se decía, ¿habría pensado Peter en cómo afectaba toda la historia al marido de Candela? ¿Le había importado alguna vez? Cierto, era Candela la que había abandonado a su marido para echarse en sus brazos, pero él la había alentado a hacerlo.
-Yo sabía lo que estaba haciendo cuando vino aquí -continuó Pablo-, pero pensé que él le diría que lo olvidara.
-Y eso le...
-Lo siento, Lali... Iba a volver a casa conmigo, estoy seguro de que iba a hacerlo, y entonces sonó el teléfono. Y me quedé de piedra, era él...
Lali se quedó boquiabierta.
-¿Peter? ¿Peter llamó a Candela? ¿Cuándo?
-Hace media hora. Si seguimos sentados aquí el tiempo suficiente, lo verás pasar hacia allí. A Candela le ha faltado tiempo para echarme -dijo Pablo con infinita tristeza-. Así que dime... Si él la odia, ¿qué está pasando?
Lali no dejaba de juguetear, nerviosamente, con la llave del coche.
-No hace ni cuatro días que se ha casado contigo y en cuanto sales se va con Candela.
-¿Te importa salir del coche?
-¿Pero qué...? -dijo Pablo frunciendo el ceño, y tomó la mano de Lali-. Lali, deja que sigan adelante. Se merecen el uno al otro...
-¡Lo mataré!
-Eso es lo que yo siento -masculló Pablo con desconsuelo-, pero, ¿para qué?
-¿Para qué? Es mi marido -dijo Lali-. Ahora, sal del coche.
Pablo negó con la cabeza.
-Si hablas con él sólo conseguirás humillarte.
-¡Y un cuerno!
Pablo se bajó del coche.
-Mira, estaré en el Faisán hasta la hora de comer. Tal como me siento no creo
que deba conducir.
No comments:
Post a Comment