Wednesday, June 3, 2015

capitulo 32

Era evidente que ella no significaba nada para él aparte de ser un mero objeto sexual. Y por supuesto, si estaba enferma, podría no cumplir siquiera con aquel papel. Sin duda le parecería imperdonable su palidez y mal color especialmente en la mañana en que iba a gastarse una fortuna en sacar a su hermano del desastre financiero.
—Estoy segura de que me encontraré mejor esta noche —inspiró para calmarse y no pudo evitar añadir—. Por favor, sé amable con Vico.
—¿Qué crees que planeaba hacerle?
—Te tiene miedo.
—Un poco de saludable respeto no le hará daño.
Lali apenas pudo reprimir un escalofrío. Era difícil encontrar dos hombres más diferentes. Con treinta y un años, Peter era sólo tres años mayor que Vico, pero Peter era duro por naturaleza y tenía confianza en sí mismo mientras que la confianza de Vico había sido destruida por la crítica constante de su padrastro en la adolescencia.
Lali enlazó las manos juntas cuando él llegó hasta la puerta.
—¿Qué vas a decirle a Vico respecto a nosotros?
—Que estamos juntos de nuevo, ¿qué más puedo decirle? —respondió apresurado Peter.
Juntos de nuevo ¡Vaya descripción! Cuando se cerró la puerta tras él, Lali salió de la cama con calma y se miró en el espejo. Una amante, una mujer mantenida. No importaba que lo amara ni que lo deseara tanto como él parecía desearla a ella. No había nada equilibrado en una relación en que el sexo era el único motivo de intimidad y el dinero la única razón de su existencia.
De repente la puerta se abrió de nuevo. Peter se detuvo en el umbral.
—Me olvidé de mencionarlo antes. Me gusta tu aspecto.
Ella se sintió sobresaltada por su repentina aparición y abrió mucho los ojos con confusión.
—¿Perdona?
Sus ojos se clavaron con intensidad en los de ella.
—Si te cambias el color del pelo, te lo cortas o empiezas a adelgazar, me volveré loco. No quiero
que cambies... La última vez te quitó todo el atractivo.
Transfigurada por aquella afirmación, Lali susurró:
—¿De verdad?
—No te dije nada porque no quería herir tus sentimientos.
Parecía que ahora ya no le importaba herirlos.
—Estaba a medio camino de la limusina cuando se me ocurrió que podías intentar una nueva
transformación—explicó Peter.
Mucho tiempo después de que se hubiera ido, Lali estudió el espacio donde había estado.
«La última vez te quitó todo el atractivo». Era tan irónico después de todas las molestias que ella se había tomado para mejorar su aspecto... Y ahora se enteraba de que le gustaba tal y como era. ¿Era posible? El pelo largo y liso, apenas maquillada, con unos senos y caderas generosos y apenas interesada en la moda. Saber que un hombre tan sofisticado como Peter la había preferido con aquel aspecto la dejaba estupefacta.
Todas las mujeres que había conocido ella en su círculo social vestían y parecían modelos. Siempre hablaban del último tratamiento de belleza, de quién se había hecho o no la cirugía estética, del beneficio del colágeno para los labios o de la liposucción para los muslos. Lali se había acobardado como el patito feo intentando no dar un respingo cada vez que alguna mujer le recomendaba algún programa de dieta o ejercicio. Hasta recordaba a Euguenia sugiriendo con sutileza que debería pensar en una operación de reducción de senos.
Y aún era más irónico que ahora se pareciera mucho a como estaba cuando Peter la había conocido cuatro años atrás. Sacudió la cabeza despacio. Desde el momento en que se habían prometido, recordó, había empezado a intentar erradicar todo lo que al principio le había atraído a Peter de ella.
Templebrooke House había sido el hogar ancestral de la familia Brooke durante casi trescientos años. La madre de Peter, Olivia, era una Brooke, la mayor de dos hermanas y había heredado la magnífica mansión de su padre. Erigida en medio de varias hectáreas de tierra fértil y salpicada de árboles, Templebrooke había sobrevivido sólo porque Olivia se había casado con alguien de dinero. Su hermana pequeña, Meriel, había seguido su ejemplo y había tenido una hija cuando Peter tenía dos años. Esa niña había sido Euguenia.
Un poco nerviosa por lo tarde que se le había hecho y por la forma en que había ignorado las instrucciones de Peter cuando la había llamado a media mañana, Lali salió de su viejo coche y empezó a sacar sus maletas del maletero.
Ogden apareció en los escalones con cara de alivio al verla.
—No, señora... De verdad, señora —le regañó con gentileza—. Alguien se encargará de su equipaje.
A regañadientes, Lali entró en la gran mansión. La presencia de Euguenia había arruinado su visita anterior. De hecho, Templebrooke había permanecido en su memoria como el reducto donde Euguenia parecía estar más en su casa, haciendo el papel de anfitriona que pocos podrían igualar y
mucho menos una mecanógráfa de veintitrés años criada en una vicaría de pueblo para hornear pasteles y casarse con algún leñador.

1 comment: