Saturday, June 6, 2015

capitulo 6

-Esto no puede estar ocurriéndome a mí -susurraba Lali medio mareada mientras tropezaba con los escalones que salían a la azotea. -Yo opino exactamente lo mismo -contestó él escueto, subiendo detrás de ella-. Precisamente en este viaje no tenía ningunas ganas de tener compañía.
Peter alargó una mano para abrir la puerta metálica al final de las escaleras. Una ola de aire frío voló el cabello y la ropa de Lali marcándole la esbelta figura. Ella se echó a temblar. Peter, que ya se había abrochado el abrigo, salió a la azotea pasando por delante y dirigiéndose hacia el helicóptero.
- ¡Date prisa! - gritó volviendo la cabeza por encima del hombro.
-¡Pero si ni siquiera llevo abrigo! -contestó ella perdiendo la paciencia.
Peter se paró en seco y dio la vuelta con aire de severa impaciencia y luego comenzó a desabrocharse el abrigo.
-¡No malgastes tu tiempo! -soltó Lali malhumorada ante aquel despliegue de galantería tardío-. ¡No me pondría tu estúpido abrigo ni aunque pillara una neumonía!
-¡Pues hiélate en silencio! -respondió Peter con un brillo en la mirada.
Lali se encogió de hombros. Sólo la curiosidad del piloto la hizo callar. Insensible a una respuesta como aquélla, que hubiera atemorizado al noventa por ciento de la gente, Lali pasó por delante de Peter y se subió al helicóptero tan tranquila.
-Compraremos ropa en el aeropuerto -comentó él de mal humor sentándose junto al piloto y
volviendo hacia ella su perfil griego clásico y duro-. Tendremos tiempo de sobra mientras esperamos a que llegue tu pasaporte. ¡Probablemente incluso perdamos el turno para despegar!
-¡Qué gracia! -exclamó Lali en un tono inconfundiblemente sarcástico, provocando en él el desconcierto.
Las aspas del helicóptero giraron en el tenso silencio. Lali volvió el rostro hacia fuera. Aquello no podía estar ocurriéndole a ella, se decía una y otra vez mientras el helicóptero se elevaba y atravesaba Londres. Se podía decir que Peter Lanzani la había secuestrado. ¿Qué otra alternativa le había dado? Ninguna. No podía arriesgarse a que Emilia perdiera su trabajo, porque la pobre mujer no contaba con el lujo de un segundo salario.

¿Pero era ella más independiente?, se preguntó Lali. En un caso de supervivencia ella hubiera podido pasarse sin su salario como mujer de la limpieza. Después de todo tenía otro empleo de día y una cuenta bancaria con interesantes ahorros. En realidad Lali vivía como un monje, ahorrando cada peseta, deseosa de hacer cualquier sacrificio con tal de alcanzar su objetivo en la vida.
Y ese objetivo era comprar la librería en la que trabajaba desde los dieciséis años. Sin embargo, si el incremento regular de ahorros de su cuenta bancaria cesaba justo cuando estaba a punto de hacerse cargo del negocio, el director de la sucursal bancaria se sentiría decepcionado y sus ambiciones de propietaria sufrirían un fatal revés. Aquél era un momento crucial, con su jefe cada día más anciano y ansioso por retirarse.
Peter Lanzani era un paranoico, un absoluto paranoico, decidió. Lali, ¿una espía? ¿Acaso leía demasiadas novelas? Sólo era una mujer de la limpieza que había entrado accidentalmente en su santuario. Una mujer de la limpieza que no tenía permiso para trabajar en esa planta y menos aún para entrar en esa oficina, le recordó una débil voz en su interior. Una mujer a la que, además, habían pillado saliendo de detrás de la puerta...
Cierto, concedió Lali reacia. Podía resultar
sospechoso. Pero eso no justificaba el que
insistiera en no perderla de vista en treinta y seis horas. El hecho de que se la llevara de viaje demostraba que estaba loco.

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