Wednesday, November 18, 2015

capitulo 63

Había una vieja inscripción sobre la puerta de entrada. Peter le explicó que eran palabras de bienvenida para los visitantes a la mansión. Entonces, tomó a su esposa en brazos y atravesó el umbral como manda la tradición. Lali notó que no se veía a nadie, ni siquiera a quien había abierto la puerta.
—Se ha requerido al personal que se comporten con reserva —la informó Peter.
Lali miró a su alrededor. Comprobó que un enorme fuego ardía en una imponente chimenea de piedra. La casa tenía un ambiente de paz y comodidad.
—Es una casa preciosa.
—¿No te parece un poco antigua y pasada de moda?
—No, es maravillosa. De hecho, parece una casa de verdad, ¿sabes? No es tan perfecta y tan moderna como tu casa de la ciudad.
—Debo confesar que siempre me ha encantado tal y como es. De niño, solía corretear por aquí con mis primos ingleses.
—¿Cómo eras de niño? —preguntó ella, sin poder evitar querer saber más sobre el hombre del que estaba enamorada.
—Estaba muy mimado. Es el típico síndrome del hijo único. Me daban
todo lo que quería y mucho más
cara mía...
¡Ah, se me olvidaba que los términos
cariñosos están completamente prohibidos! —bromeó.
—No ahora que estamos casados —susurró ella, temblando al sentir que él le colocaba la mano en la cintura y la estrechaba contra su cuerpo.
—¿Y eso importa?
Lali asintió. Peter jugueteó de nuevo con los rizos de su cabello y vio cómo ella respondía a sus caricias y se arqueaba contra su cuerpo. Entonces, él inclinó la cabeza sobre su esposa y la besó con una pasión tan irresistible que ella sintió de la cabeza a los pies.
Antes de que se diera cuenta, Peter la había tomado en brazos y la llevaba escaleras arriba. Con un golpe del hombro, abrió la puerta de una habitación.
—Te cerraré las cortinas si quieres...
Eran solo las primeras horas de la tarde. Lali se sonrojó y sacudió la cabeza. Entonces, admiró el enorme dormitorio, con una imponente cama con dosel. Sobre una mesa cercana, había un precioso centro de lirios y en la chimenea ardía un fuego.
Peter la dejó sobre el suelo y empezó a quitarle las joyas una a una. Cuando se dio cuenta de que llevaba atados los pendientes, se quedó asombrado.
—No tengo agujeros en las orejas... es que me dan un poco de miedo ese tipo de cosas...

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