Wednesday, December 9, 2015
capitulo 34
Su entusiasmo y participación la complació. A decir verdad, había esperado de
él un esfuerzo mínimo para convencerla de que la había llevado a su país por
motivos legítimos y no para convertirla en la última de la que suponía sería una
interminable lista de conquistas.
Pero se estaba tomando en serio su conversación y el asunto de la recaudación
de fondos. La estaba tomando en serio a ella.
Le resultó un cambio agradable después de haber tenido que soportar, durante
las últimas semanas, un sinfín de bromas y crueles indirectas, desde que se
extendiera el rumor de que se había acostado con un hombre casado.
Pese a la taza de café que acababa de tomarse, Lali no pudo evitar
parpadear varias veces seguidas para mantenerse despierta ni taparse la boca con la
mano para ahogar un bostezo. Y tal vez no estuviera en plena forma, tal vez sus
defensas estuvieran bajas, porque le pareció sensato, casi natural, seguirle cuando
Peter se acercó al fuego.
Se reclinó junto a él y se dejó acunar por las llamas danzarinas y la opulencia de
lo que la rodeaba. No había nada malo en estar en compañía de un príncipe
guapísimo, aunque tuviera que hacerse fuerte para no ceder a sus encantos, a su
aspecto, al aroma especiado de su colonia.
Y es que era todo lo guapo que podía ser un hombre. Si no fuera porque ya era
príncipe, pensaría que lo era. Un príncipe o una estrella de cine.
—¿En qué piensas? —preguntó él con suavidad, a escasos centímetros.
Y tenía una bonita voz. Susurrante y ligeramente ronca, cuya cadencia le
acariciaba directamente la espina dorsal, obligándola a retorcer los dedos de los pies,
como cuando quieres reprimir un escalofrío.
Si no fuera un miembro de la familia real, constantemente perseguido por los
paparazzi, y si ella no acabara de sufrir el escozor de las calumnias en sus propias
carnes, puede que hasta se hubiera decidido a lanzar toda precaución a los cuatro
vientos y se hubiera acostado con él. Convertirse en su amante no, eso no iba con
ella, pero sí pasar una noche de pasión con un hombre, que tenía la habilidad de
hacer que le flaquearan las rodillas cuando estaba con ella.
Gracias a Dios que esto no lo sabía. Gracias a Dios que no podía saber lo que
estaba pensando en ese momento. Si no, todas sus buenas intenciones, todo lo que
había insistido en que sólo se había quedado allí por trabajo, sin posibilidad alguna
de mezclar un poco de placer, se desvanecería como la niebla entre la brisa marina.
Gracias a Dios.
—Pienso que esto es muy agradable —replicó—. Muy relajante. Debería
trabajar un poco más, pero creo que estoy demasiado cansada.
Peter se giró y Lali se vio reflejada en sus pupilas
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