Thursday, December 10, 2015
capitulo 42
La velada terminó tarde, pero Lali acompañó a todos los invitados a la
salida, feliz al comprobar que la mayoría se marchaba con una gran sonrisa en los
labios. Y mejor aún, la señora Vincenza le había informado con gran alborozo que
había recibido varias contribuciones muy generosas a lo largo de la noche y la
promesa de que aún llegaría alguna otra.
Ver cómo Santa Claus repartía regalos entre los niños había tenido en los
corazones de los presentes el efecto que Lali esperaba. Se había fijado en que a
más de uno se le habían llenado los ojos de lágrimas durante el reparto de regalos, y
en que varios habían acompañado a los niños a sus habitaciones a la hora de irse a la
cama.
Aunque no hubiera sido su principal objetivo, Lali esperaba que la fiesta
terminara en forma de las adopciones, que hacían tanta falta como las aportaciones.
Ahogando un bostezo con su cartera de mano, observó cómo se cerraba la
puerta detrás del último de los invitados momentos, antes de percibir la presencia de
Peter a su lado.
Aunque no le sorprendió haber percibido su presencia antes de verlo siquiera,
sí le resultó preocupante. No quería percibirlo. No quería creer que hubieran llegado
a estar tan unidos en tan poco tiempo, y menos aún cuando se había pasado las
últimas tres semanas evitándolo.
Aunque tampoco podía decirse que hubiera tenido mucho éxito. Había
comprendido que Peter tenía la habilidad de estar presente allí donde ella iba,
tanto si ésta quería como si no.
Con todo, tenía que admitir que había sido una baza importante para la fiesta.
No sólo había conseguido que los presentes se relajaran hasta el punto de bailar al
son de los villancicos, sino que había pasado toda la velada recorriendo el salón
estrechando manos, besando mejillas y ensalzando la labor del orfanato al que
tachaba de labor benéfica encomiable.
Y lo admiraba por ello. Por preocuparse por el hogar infantil y por hacer que la
gala para recaudar fondos hubiera resultado un éxito.
Glendovia era su país, y la había contratado para trabajar para él. Pero parecía
saber que se iba a tomar su trabajo organizando labores benéficas muy en serio.
Parecía saberlo y, a su manera, parecía importarle.
Aquello la conmovió más que una docena de rosas, un centenar de copas de
champán o mil cenas románticas.
Tal vez hubiera cometido un error en la manera de aproximarse a ella
invitándola a su cama antes de conocerla, pero desde entonces había rectificado.
Cuando la tomó del codo, sintió el ya familiar hormigueo allí donde su piel
entraba en contacto con los dedos de él.
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