Monday, February 8, 2016
capitulo 16
Y, de repente, le decía que no necesitaba hacer dieta y tampoco demasiado ejercicio.
¿Realmente se había quedado ahí permitiéndole que la observara cuando estaba casi
desnuda? Al darse cuenta de ello, una ola de vergüenza la recorrió, haciéndola sentirse
enferma y quitándole las ganas de comer. Cerró la puerta de la nevera y volvió a su habitación.
Así que Peter no la consideraba tan fea como al principio. Se miró por encima del
hombro la pronunciada curva de las caderas en el espejo, sin poder creerse que cambiara
tanto de actitud.
Peter entró al gimnasio con Gilda la mañana siguiente y se detuvo en seco. Se le cayeron las
gafas de sol de la mano. Vestida con una ajustada malla verde oscura, Lali hacía sus
ejercicios de precalentarniento.
Resistiendo el deseo de cubrirse como una colegiala, Lali se dijo que la malla era más
discreta que un traje de baño, pero atrapada en la penetrante mirada verdosa, comenzó a
sentirse mareada y poco a poco se detuvo.
Por primera vez fue consciente de su propio cuerpo de la forma más extraordinariamente
inquietante. Una ola de calor la envolvió de la cabeza a los pies. Las pupilas se le dilataron y
sentía la piel caliente y demasiado pequeña para su propio cuerpo. Los pechos se volvieron
pesados y tensos y su respiración entrecortada hacía que, apretados por la malla de algodón,
los pezones le dolieran de tan sensibles que estaban.
-Me levanté muy temprano esta mañana -pestañeó rápidamente mientras Gilda le alargaba las
gafas a Peter, que se las quedó mirando como si no fueran suyas. Cruzó los brazos por
encima de la cintura con la cara ardiendo, mientras se esforzaba por dilucidar qué le había
pasado durante esos segundos. Esperaba que no se repitiese, porque se había sentido
realmente rara.
Peter caminó hacia uno de los ventanales y lo siguió con la mirada, observando la tensión de
sus amplios hombros cubiertos con la camisa de seda. No pudo evitar preguntarse qué lo
preocuparía. Los negocios, seguro. O quizás la irritación de tenerla en su casa alterándole su
metódica existencia.
Dos días más tarde, Lali se miraba al espejo, apreciando su nuevo corte de pelo. El famoso
estilista le había domado los rizos. Ahora, capas ligeras como plumas enmarcaban su rostro y
acentuaban los delicados ángulos de sus facciones. En otra parte del salón de belleza la
esperaba la experta en maquillaje. Con su consejo para elegir las sombras apropiadas, Lali se
quedó encantada con el efecto que unos pocos cosméticos podían lograr.
Finalmente salió, llevando un bolso lleno de productos, como Peter le había indicado, y se
dirigió a la sala de espera. Allí estaba él hablando por su móvil y mirando el reloj con expresión
seria.
Cuando se hallaba a unos dos metros de él, Peter giró la cabeza y la vio. Se detuvo, mirándola
con una expresión indescifrable en los ojos verdes . A Lali se le secó la
garganta, el corazón se le aceleró mientras esperaba su reacción.
-Considerable mejora -comentó Peter. Guardó el teléfono y se dirigió a la salida sin otorgarle
más que una rápida mirada crítica.
A Lali se le borró la sonrisa de la cara mientras caminaba a su lado.
-Se nota, ¿no?
-¿Qué?
-La mejora -le recordó ilusionada-. No me puedo creer que haya cambiado tanto.
-Sólo del cuello para arriba. Tu guardarropa sigue siendo un desastre -apuntó, mientras le
dejaba paso para que se metiera en la limusina que esperaba con el chófer al volante.
-No, pasa tú primero -le dijo incómoda, todavía consciente de que él era el jefe.
-Muévete, Lali -le gritó.
Lali se metió presurosa en el coche.
-No pensé que te tomarías la molestia de venir al salón -dijo Lali, sentándose.
-Yo tampoco. Estaba en medio de una reunión de directores cuando de repente se me ocurrió
que no te podía dejar sola en un sitio así. Podías aparecer totalmente desconocida...
-Siempre quise ser rubia -comentó Lali-. Mi hermana es rubia.
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