Thursday, May 28, 2015

capitulo 2

El viento gélido traspasaba con crueldad su ropa poco adecuada para aquel tiempo cuando Lali apretó el antiguo timbre de campana. Un par de interminables minutos después, llamó de nuevo y aún más aprisa por tercera y cuarta vez. El pánico se adueñó de ella cuando miró a las ventanas oscuras en busca de una acogedora luz de bienvenida.
Había supuesto que el ama de llave se quedaría en la casa al menos una semana más. Pero quizá ni siquiera viviera en la casa. Mientras se le ocurría esa posibilidad por primera vez, se hubiera abofeteado por haber actuado por suposiciones. Podría congelarse y morir si intentaba pasar la noche en el coche. Ni siquiera había metido una manta de viaje. Cuando había salido de casa después de comer, brillaba un sol espléndido y no había prestado la mínima atención a las predicciones meteoro-lógicas.
Llevada por el pánico, Lali dio la vuelta a la casa. Era evidente que no había nadie dentro. Buscó en el suelo cubierto de nieve hasta encontrar un bulto que parecía una piedra. Con los dedos casi entumecidos, se quitó la cazadora para envolverse el brazo con ella, agarró la piedra con fuerza y se acercó a la pequeña ventana al lado de la puerta trasera. Inspirando con fuerza, lanzó el brazo con toda su fuerza y golpeó el cristal. Dio un paso atrás, se sacudió los cristales rotos de la cazadora y se la puso de nuevo.
Metió la mano con cuidado y corrió el cerrojo. Plantó las manos heladas en el alféizar y se alzó con un gemido de esfuerzo. Un grito de dolor se le escapó cuando se le clavó un cristal en la rodilla. Pero incluso inmovilizada al reconocer con exasperación su propia estupidez, sintió que algo grande avanzaba hacia ella en la oscuridad de la cocina.
Cuando un par de fuertes manos la levantaron en el aire, gritó con tanta fuerza que le dolió la garganta. Entonces notó que golpeaba el suelo de cara y se quedó sin aliento por el impacto agitando las manos de terror al sentir un peso sofocante en la espalda.
Unos dedos fuertes le apresaron los brazos y la soltaron con la misma rapidez.
Un murmullo de insultos en italiano asaltó sus oídos al mismo tiempo que la rodilla que le inmovilizaba la espalda se apartaba y se encendía la luz fluorescente que había en el techo.
—Madre di Dio... ¡Podría haberte roto todos los huesos del cuerpo! —gruñó Peter con tono de
condena.
Tan conmocionada que fue incapaz de responder, Lali clavó sus enormes ojos negros en la alta
figura masculina como si fuera una aparición.
Con una maldición sorda, Peter se agachó y deslizó sus esbeltas manos morenas por sus brazos y piernas con delicadeza. Sus facciones, asombrosamente atractivas, se contrajeron al fijarse en la sangre a través de las mallas desgarradas. Terminó su examen antes de apartarse.
Lali seguía sin poder moverse. Cerró los ojos lentamente con la intención de volver a abrirlos para comprobar si aún se encontraba allí, pero el roce impersonal de las manos de Peter todavía flotaba como un beso de fuego en su piel helada impidiéndole todo pensamiento racional. Habían pasado cuatro años desde la última vez que lo había visto, desde aquella aciaga noche en que se había ido de su lado para irse con su prima Euguenia. La parálisis cedió y empezó a temblar de forma incontrolable con una mezcla de conmoción y horror ante su aparición.
—¿A qué diablos estabas jugando? —Peter se inclinó y la levantó en brazos como si no pesara
más que una pluma—. ¿Y qué estás haciendo aquí a estas horas de la noche?
Lali se mordió la lengua sintiendo el sabor agridulce de la sangre en la boca seca. El dolor la ayudó a controlar el nudo que tenía en la garganta y el ácido picor de los ojos. Pero no se parecía en nada al dolor que recordaba. Aquel había sido un dolor como el de un cuchillo emponzoñado clavado con una cruel puñalada, que le había enseñado que lo peor estaba aún por llegar, que la mente humana podía sufrir tanta agonía como el cuerpo.
Peter la estaba posando en una silla y, distraída, pensó en el excéntrico desagrado que le había producido a Freddy cualquier tipo de comodidad. Sin calefacción central, las ventanas abiertas de par en par en invierno, y ni una sola pieza de mobiliario aparte de las imprescindibles. Cuando había entrado en aquella casa por primera vez como la prometida de Peter para que le presentaran a su anciano tío abuelo, Freddy, Lali se había sentido como si hubiera retrocedido en el tiempo.
Escuchó un rasguido cuando Peter desgarró más la tela de la malla para echar un vistazo a su rodilla. Con un respingo, apretó la espalda contra el respaldo rígido y clavó la vista en la morena cabeza inclinada de Peter. La luz del techo producía en su pelo negro una iridiscencia como de seda negra.
—Te haré daño cuando te saque el cristal —le informó él sin rodeos levantándose con fluidez para
acercarse a la desnuda salita que comunicaba con la cocina.
Lali miró al vacío haciendo un esfuerzo por recuperar el control de nuevo. De su aristocrática madre inglesa, Peter había heredado aquella profunda reserva, el innato pragmatismo y aquella glacial autodisciplina. Pero la otra rama de sus antepasados era ardientemente italiana.
Bajo el hielo ardía el fuego, pero ella nunca había encendido aquel fuego ni experimentado el
ardor de sus llamas. Su corazón y su precioso cuerpo nunca habían ardido por ella como ella había ardido por él. Traición, rechazo y una insoportable humillación.., todo eso había sufrido en sus manos.

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