capitulo 54

Lali no oyó más que la primera parte de su declaración. La impresión hizo que todo su cuerpo se empa-para de sudor frío. ¿Una amante? Empezaron a pitarle los oídos y le pareció que la voz de la mujer sonaba muy lejos. Un instante después, todo encajó en su lugar: Peter le había dicho que no le gustaría el apartamento y que estaría demasiado ocupado para pasar tiempo con ella. ¡Había sido una tonta al no ver lo que era obvio!
Peter no quería que lo acompañara a Londres. Tenía otros planes para esas treinta y seis horas. Lali tuvo la sensación de que las paredes se echaban sobre ella y el suelo se hundía bajo sus pies. Hizo un esfuerzo y se obligó a examinar a Euguenia. Era otra morena alta, bella y segura, del estilo de Candela Veltrano, el tipo de mujer que parecía definir las preferencias se-xuales de Peter. ¿Cómo había podido pensar ni un segundo que una esposa diminuta y rubia podía atraer mucho tiempo a un hombre como él?
Sin decir una palabra, Lali salió del apartamento. Notó una gota de sudor deslizarse entre sus pechos. Encontrarse con la amante de Peter la había destrozado. Pero también se sentía como si su cerebro se hubiera partido en dos. Por un lado, anhelaba encontrar alguna otra explicación a la presencia de la francesa en el apartamento; por otro, ya había aceptado que Peter pensaba pasar la noche allí, traicionándola en brazos de otra mujer. Al fin y al cabo, su padre le había advertido que Peter le sería infiel.
Los guardaespaldas, que la esperaban en el vestíbulo de la planta baja, la llevaron de vuelta al aparcamiento, Lali sabía
exactamente lo que su familia hu-biera esperado que hiciera en esas circunstancias: volver a París y comportarse como si nunca hubiera estado en Londres. La habían educado con el criterio de que, si bien una mujer siempre debía mantener una reputación decente, un hombre podía hacer lo que quisiera siempre y cuando fuera discreto. Su propia madre había ignorado las
infidelidades de su padre en la me-dida de lo posible. Pero Lali no tenía espíritu de mártir.
Aún devastada, empezaba a enfadarse. No debería haber olvidado que su matrimonio era una alianza financiera, más que una relación personal. El amor la había cegado, haciéndola olvidar la reputación de mujeriego de Peter. Se había creado expectativas irrea-les y el resultado eran la humillación y la angustia. Tenía que dejarle claro a Peter que no tenía intención de tolerar su infidelidad. Le pidió al chófer que la llevara a la oficina de su esposo.
-No, no me anuncie -le dijo a la recepcionista que la recibió en la elegante recepción de Sociedades Lanzani-. Quiero darle una sorpresa a mi marido. ¿Dónde está su despacho?
Sin hacer caso de la secretaria que la siguió solícita, hablando de una reunión terriblemente importante que empezaría en cinco minutos, Lali abrió la puerta. Entró y la cerró a sus espaldas. Peter hablaba por teléfono, el sol lo iluminaba desde atrás,
realzando los bien definidos planos de su rostro y sus ojos brillaron como la esmeralda cuando alzó la cabeza para ver quién lo interrumpía.
-¿Lali? -Peter se levantó de un salto.
Al verlo, la barrera de cautela e indiferencia que Lali había interpuesto entre su mente y sus emociones se derrumbó. Se le hizo un nudo en la garganta cuando él esbozó una amplia sonrisa de bienvenida que iluminó su rostro. La desconcertó, pues habría conven-cido a cualquiera de que le encantaba la súbita aparición de su esposa en Londres. Pero se dijo que esa habilidad para ocultar sus reacciones solo demostraba lo artero y astuto que podía ser. Lali se puso rígida y alzó la barbilla con desafío. Lo odiaba, pero también lo amaba y deseaba.
-Solo he venido para decirte que nuestro matrimonio ha terminado.
-¿Perdona? -la sonrisa de Peter desapareció y clavó los ojos en ella con asombro.
-Nuestros abogados se encargarán de los trámites legales
de la separación -declaró Lali con acritud-. No quiero volver a verte, ni discutir esto contigo.