Thursday, May 21, 2015

capitulo 65

QUÉ HABRÍA hecho yo en tu lugar? -murmuró Marianela pensativamente por teléfono, una semana después-. Creo que habría mentido como una descosida.
-Marianela... -gruñó Lali.
-Los hombres no están capacitados para enfrentarse a ciertas cosas -dijo su melliza con tranquilidad-. Admitir que planeabas abandonarlo pocas horas después de aceptar los votos matrimoniales sin duda es una de ellas. Peter es un romántico... ¿no lo entiendes? Te recibió con flores a la entrada de la iglesia en el día de tu boda. Le encantó que tú le gustaras cuando eras una colegiala. Creo que ya es hora de que le digas lo que de verdad sientes por él.
-Le he dicho cuánto me importa.
-A mí me importan montones de personas, pero no las amo. Durante la mayor parte de su vida, a Peter lo han mimado las mujeres, después se encandiló de ti y, desde entonces, ¡es él quien te ha mimado!
-Sí -reconoció Lali, a punto de echarse a llorar-. Pero está tanto tiempo fuera por negocios que apenas lo he visto esta semana; sé que no es culpa suya, pero eso no facilita las cosas.
-Ojalá hubieras permitido que Rocio y yo fuéramos al funeral -Marianela soltó un suspiro-. Te habríamos apoyado y siempre es mejor hablar cara a cara.
-Estaba y sigo estando bien -dijo Lali que, cumpliendo los deseos que Alejo había expresado en su testamento, solo había permitido la asistencia de un núcleo muy reducido de familiares al evento.
Cuando Lali dejó de dar vueltas a sus problemas con su hermana, que empezaba a considerar su mejor amiga, salió al florido balcón de su nueva salita. En una semana se habían producido muchos cambios.
Había decidido que las habitaciones que había ocupado desde que era niña, servirían para exponer los ositos de peluche, en honor a la memoria de su hermano, pero que ella necesitaba un entorno menos infantil. Ya no era la persona que había sido dos meses antes.
Al liberarse del miedo, había madurado de repente, y, si no le doliera tanto el recuerdo, se reiría con ganas al recordar el absurdo modelo juvenil que se había puesto para huir el día de su boda. Había disfrutado instalándose, con el oso Edward, en una suite de la primera planta. Eso la había mantenido ocupada y era como empezar una nueva vida en su propia casa.
Peter solo se había quedado en la isla hasta después de la lectura del testamento. Después había volado a las oficinas centrales, en Atenas, para empezar a reorganizar las empresas de su padre y convertirlas en un imperio empresarial moderno, responsable y eficaz, Lali sabía que estaba trabajando dieciocho horas al día y que por eso solo había vuelto una vez, para el funeral, pero eso no tranquilizaba su angustia por la situa-ción de su matrimonio. Hacía más de una semana que no se besaban, por no hablar de compartir la misma cama. Se preguntaba si así acabaría todo: Peter alejándose más y más, hasta que ella tuviera que aceptar que
el hombre al que amaba ya no deseaba estar a su lado.
A pesar de todo, Lexos nunca le había parecido tan bella. Las colinas verdes, salpicadas de cipreses, estaban preciosas contra el fondo de un mar turquesa y soleado. No había comprendido cuánto amaba Lexos hasta que Gimena la había sorprendido al comunicarle que se marchaba para establecerse en Atenas.
-Tu padre quería que viviera en su casa y, por supuesto, le fui muy útil porque tu madre, Julia, no tenía ningún interés por los asuntos domésticos -había señalado su tía, haciendo honor a la verdad-. Pero siempre he deseado vivir en la ciudad, cerca de mis amigas. Sé que mi hermano no lo habría aprobado, pero estoy encantada con la idea de comprar mi primera casa.
Al oírla, Lali había captado lo restringida y vacía que había sido la vida de Gimena. Su tía nunca había tenido libertad. Había pasado la mayor parte de su vida dirigiendo la casa de su hermano sin que nadie se lo agradeciera, y no era extraño que esa experiencia le hubiera amargado el carácter. Lali había abandonado su actitud reservada con Gimena y se llevaban mucho mejor. Lali se había avergonzado cuando su tía le había pedido permiso para invitar a unas amigas esa tarde.
Consciente de que debía ir a saludar, aunque fuera un momento, se puso un vestido azul oscuro sencillo pero muy elegante. Se sentía demasiado frágil para mantener una conversación educada; de hecho, temía echarse a llorar en cualquier momento.
Mientras Lali daba la bienvenida a las amigas de su tía, el helicóptero de
Peter aterrizaba en la isla y un hombre joven subía hacía la casa por el sendero, tras una larga caminata desde el pequeño puerto. El forastero se detuvo para recuperar el aliento, con una expresión aprensiva en su rostro delgado e inteligente. Peter iba hacia la entrada cuando lo vio y, con la cortesía natural que lo distinguía, se acercó a presentarse.

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