capitulo 50

Peter, entretanto, maldecía la ineficacia del servicio doméstico, pues había dado órdenes de que hicieran desaparecer todo recuerdo de ese tipo. Pero tambien pensó, con la irritación de un macho que odiaba las complicaciones, que solo a una esposa se le ocurriría examinar sus objetos personales.
-¿De qué manera te he insultado? – dijo él tono de aburrimiento que normalmente le había servido para bajarles los humos a la mayoría de las mujeres.
-Yo soy tu esposa. ¡Ella era una golfa¡ -en cuanto lo dijo, Lali se avergonzó de sí misma. Utilizar un término tan cruel y denigrante con una mujer a la que él había amado era imperdonable, Peter Se quedó helado. Sus ojos relampaguearon de ira y su mirada de desprecio fue castigo más que suficiente para ella.
-Respeto su memoria, y lo mismo harás tú, porque no estoy dispuesto a tolerar tus celos -dijo con dureza.
-No tengo celos de ella... -musitó Lali roncamente, con un nudo en la garganta.
Peter no contestó. Simplemente, abandonó la habitación, Lali, desconcertada, cerró los ojos desesperada por su propia estupidez. Un minuto después corrió tras él, pero cuando llegó a la escalera, la puerta de abajo se cerraba de golpe.
Celosa, sí, admitió Lali con dolor. Estaba amargamente celosa de la mujer que había tenido en sus manos el corazón de Peter. No importaba que Candela hubiera muerto: su recuerdo seguía vivo. El nunca la mencionaba,
pero ella tampoco le había hecho nin-guna pregunta. Cuanto más importante se hacía Peter para ella, menos capaz de sentía de pensar en su prometida. Pero, en realidad, no había razón para que no conservara una foto de Candela; ni siquiera estaba a la vista. Lali sabía que, al meterse en lo que no le importaba, había arruinado la última noche de su luna de miel.
Con la esperanza de que regresara y la determinación de pedirle disculpas, Lali bajó a esperarlo al salon. Estaba muy afectada y temía el daño que podía haber causado a su relación.
Se preguntó por qué parecía condenada a ocupar siempre un segundo puesto en él corazón de toda la gente que le importaba. Era una constante en su vida. Pablo siempre había sido el preferido de sus padres, Lali solo era un bebé que necesitaba un hogar y que la compasiva y generosa Julia había aceptado. Y también ocupaba el segundo puesto para su marido, porque Peter nunca se habría casado con ella si Candela siguiera viva. Pero, aunque lo sabía, se había enamorado locamente de él, dejando de lado su mayor ambición:
reunirse con su hermana melliza.
Tenía la intención de desafiar a su padre y contarle a Peter la verdad sobre sus antecedentes, con la espe-ranza de que entendiera cuándo significaba para ella encontrar a Marianela. Se preguntó por qué no lo había hecho aún y la respuesta hizo que se avergonzara de su propia cobardía. Había evitado contarle a Peter que era adoptada porque temía que pensara peor de ella al saber que no era una Esposito. Incluso Pablo, que la quería, la
había compadecido por no haber nacido en la familia.