Thursday, May 28, 2015

capitulo 4

Peter Lanzani pertenecía a una de las más importantes dinastías financieras italianas. A los dieciocho años había heredado una cuantiosa fortuna. Se lo imaginó ahora abajo mientras se llenaba la bañera. Los ajustados vaqueros negros marcando sus larguísimas piernas, el jersey de color crema acentuando su piel olivácea y el lujurioso pelo negro resaltando sus magnéticos ojos claros.
¿Qué estaba haciendo en la pequeña casa desangelada de Freddy? Peter tenía sirvientes para hacérselo todo, media docena de lujosas residencias diseminadas por todo el globo y una vida aristocrática que le resultaba tan natural como para otros respirar. Temblando, se quitó la ropa mojada y se sumergió en el agua caliente.
Quizá, si lo pidiera con mucha fe, Peter habría desaparecido para cuando ella terminara de
bañarse.
Cobardía... completa cobardía... Pero le producía terror exponer sus emociones a un hombre que ocultaba las suyas con tanto éxito. Tenía que ser educada y distante pero lo que realmente deseaba era gritar: ¿por qué lo hiciste? ¿Por qué te casaste conmigo para volver con ella?
Pero ya tenía miedo de saber la respuesta. Después.... cuando todo había pasado... sólo entonces había empezado a sospechar el verdadero significado de los suaves susurros que una vez había escuchado. La comprensión había llegado tarde, demasiado tarde para evitar todo el dolor que había padecido. La joven chica de pueblo inocente, ciega y confiada estaba enamorada hasta el alma.
Con una brusca llamada, la puerta del cuarto de baño se abrió y Lali giró la cabeza horrorizada.
—Pensé que podía venirte bien algo caliente y seco para ponerte.
Con un gesto gracioso, Peter dejó un par de prendas dobladas en la silla de al lado de la puerta.
—¡Sal de aquí! —gritó Lali horrorizada levantado los brazos para tapar sus redondos senos mientras se sumergía más en el agua sintiéndose gorda y fea y pensando en Euguenia con repentina angustia, esbelta como una gacela.
La puerta se cerró y Lali salió apresurada del baño. Se secó y se miró en el pequeño espejo que había sobre el lavabo. El pelo revuelto del color de las hojas otoñales le caía por los hombros enmarcando su cara en forma de corazón y sus ojos del color negro de la noche. Era una chica del montón. Había tenido suerte de que Peter la reconociera. El día de su boda llevaba el pelo rubio y muy corto, como un chico. Intentando estar guapa para Peter con la turbadora presencia de Euguenia al fondo, había tomado medidas desesperadas y extrañas en ella.
Los pantalones de Peter y el jersey le estaban enormes. Después de atarse los vaqueros a la cintura, se dio varias vueltas a las perneras. El jersey verde le llegaba hasta las rodillas y tenía los zapatos tan empapados que no se los podía poner de ninguna manera. Parecía la refugiada de algún desastre natural.
Cuando bajó, la sala estaba vacía. Colgó la ropa mojada en el respaldo de una silla y puso los zapatos al lado del fuego. Desde el estudio de la puerta de al lado oyó el débil sonido de un cajón al cerrarse y se fue a la cocina. En la ventana rota ya había un cartón impidiendo que entrara el viento gélido. Prepararía un café. Eso era civilizado. No demostraría ni el dolor ni el odio ni la amargura. Imitaría la sublime indiferencia de él aunque le costara la vida.
Pero, ¿qué había de su hermano Vico y del maldito crédito? Cuatro años atrás, poco después de su boda, Peter le había hecho a Vico un préstamo. Su hermano había usado el dinero en convertir el pequeño invernadero de su abuelo en un moderno centro de jardinería, pero el año anterior había tenido pérdidas y no había podido pagar la cuota del préstamo. Los banqueros de Peter se habían negado a darle más tiempo para devolver aquellos pagos y ahora le amenazaban con embargarle el negocio y la casa.
Hasta ese momento, Lali se había negado a interceder por su hermano ante Peter. Vico se estaba agarrando a un clavo ardiendo en su inocente convicción de que su hermana podría hacer un milagro para salvarle a él y a su familia. Lali no tenía deseos de despertar falsas esperanzas o, para ser sincera, de tirar por tierra su orgullo para nada, porque estaba segura de que Peter no prestaría oídos a nada que ella dijera. Sin embargo, encontrándose bajo el mismo techo que él, sabía que no podría volver a mirar a la cara a su hermano si no hacía al menos un intento de persuadir a Peter de que la escuchara.
Empujó la puerta del estudio. Peter estaba de pie mirando por la ventana con una expresión sombría Lali hubiera deseado dejarle a solas. Su sensual boca se endureció y sus ojos se clavaron primero en la bandeja con tazas de café que ella llevaba y después en su cara sonrojada.
—La respuesta es no —dijo con helada claridad.
—No sé de qué estás hablando.
Pero Lali sintió con horror que sí lo sabía.
—Cuando mientes, te lo noto en los ojos. Solía pensar que era increíblemente dulce.
La cínica carcajada la hizo estremecerse y le temblaron ligeramente las manos mientras posaba la bandeja sobre la mesa victoriana que medio llenaba la habitación repleta ya de estanterías.
Lali se dio la vuelta para irse.
—Siéntate, Lali —Peter dio la vuelta a la silla giratoria con determinación y ella vaciló.
—Mira, yo...
—Siéntate- dijo de nuevo con una autoridad innata en su tono de voz. Lali se encogió de hombros.
—Bien.

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