Wednesday, May 20, 2015

capitulo 56

-Necesito más -suspiró. Esforzándose por superar su debilidad, salió del círculo protector de sus brazos y se volvió hacia él-. Más de lo tú que puedes darme.
-No te he sido infiel... ni lo seré en el futuro -afirmó Peter, clavando sus ojos verdes en ella.
Lali pensó que seguramente él creía en sus propias palabras. Quizá, como lo había descubierto sin darle tiempo a sucumbir ante los encantos de Euguenia, el remordimiento le hacía creer que podía cambiar. Pero era demasiado tarde. Peter era un hombre demasiado atractivo, poderoso y rico; eso lo convertía en un reto para muchas mujeres que se esforzarían por tentarlo.
-Ha sido una luna de miel maravillosa -susurró Lali con sinceridad-. Espero que no te ofendas si te digo que me merezco algo más que seguir casada con un hombre como tú. Un hombre que
enterró su corazón en la tumba de otra mujer...
-Lali -intentó interrumpir él.
-Necesito un hombre que me quiera por mí misma, y prefiero estar sola a conformarme con menos. Llevo toda la vida conformándome con menos, pero eso se acabó -afirmó con angustia-. Me merezco tener mi propia vida; pienso encontrar a mi hermana, Marianela, y llegar a conocerla.
-Te ayudaré a encontrar a tu hermana, ¡pero no a que vivas lejos de mí! -Peter le agarró las manos-. Esto es una locura. Creo que no has entendido nada de lo que he dicho, y estás muy alterada.
Lali tragó saliva. Dejar a Peter era como intentar cortarse una parte de su propio cuerpo. Retiró las manos y, en ese momento, la puerta se abrió y Peter dejó escapar un suspiro de frustración. En la puerta había un hombre mayor, con traje y un tocado árabe, con aspecto de estar impaciente.
-Excelencia... -Peter, todo profesionalidad, se acercó a saludarlo. Tras intercambiar algunas frases en lo que Lali supuso era
árabe, Peter la presentó como su esposa. El visitante era un emir, con un nombre demasiado largo para que Lali lo recordara. Le sonrió con educación, comprendiendo que debía ser esa persona tan importante sobre cuya llegada le había advertido la secretaria de Peter. Segundos después, entraron los acompañantes del emir y
Peter, comprendiendo que no tenía más remedio que aplazar su conversación, abrió la puerta del despacho contiguo para que Lali entrara.
-Veinte minutos... por favor, espera -urgió Peter en voz baja, buscando sus evasivos ojos negros.
Lali, viendo que no se atrevía a dejarla sin esa garantía, asintió. Algo más relajado, Peter cerró la puerta, dejándola sola. Lali inspiró una gran bocanada de aire y, sin dudarlo salió al pasillo por la otra puerta. Se dijo que todo sería más fácil así. No habría más discusiones desagradables, ni escenas emocionales que podrían hacerle perder el ímpetu y la seguridad. Era muy débil en todo lo que concernía a Peter, pero había
hablado muy en serio. A partir de ese momento podría tener todas las Euguenias que deseara y seguir ado-rando las fotos de Candela, y ella tendría su propia vida..
Cuando llegó abajo le pidió a uno de los guardaespaldas que llamara a un taxi y que recogiera su maleta de la limusina. Cuando llegó el taxi informó a los guardaespaldas que Peter no quería que la acompañaran o siguieran. Después, pidió al conductor que la llevara a la estación de tren más cercana para viajar a Norfolk.
Estaba dando los primeros pasos para encontrar a su hermana, iniciando un viaje con el que había soñado muchas veces. Pero, aunque por fin había recla-mado el derecho y la libertad para efectuarlo, las lágri- mas la ahogaban y no podía soportar la idea de no volver a ver a Peter. La idea de vivir sin él ¡a golpeó como una roca que cayera desde gran altura, y no la consoló en absoluto decirse que había tomado la deci-sión correcta.
Eran más de las nueve de la noche cuando Lali bajó del coche y
esperó a otro taxi para que la recogiera. Por fin estaba a solo unos kilómetros de la casa en la que vivía su hermana cuando la escribió, hacía casi cinco años. El taxista le comentó que Fossets era un hito en la comunidad: un edificio alto y delgado, de tejado muy inclinado y con ventanas en el ático, que en la distancia, hacían que pareciera una casa de muñecas. A Lali se le hizo un nudo en la garganta al recordar esa carta que su padre no le había permitido contestar. Se preguntó si su hermana le perdonaría esa falta de respuesta y si habría alguien en Fossets que pudiera darle datos sobre Marianela.
Le pidió al conductor que la esperara, pues pensaba pasar la noche en un hotel de la localidad y, muy nerviosa, tocó el timbre. Una mujer de mediana edad abrió la puerta.
-Siento molestarla a esta hora, pero intento encontrar a una mujer llamada Marianela Rinaldi -explicó Lali-. Vivía aquí hace unos cinco años.
-Pero ya no -dijo la mujer con expresión desconcertada-. Marianela se casó el año pasado.
-¿Se casó? -repitió Lali con sorpresa.
-Sí, claro... con Simon  Arechavaleta, un conocido hombre de negocios. Tienen un niño pequeño, Connor. Birdie Peace, la mujer que tenía la tutela de Marianela, aún vive aquí, pero esta noche ha salido.
-¿Podría darme la dirección de Marianela? -preguntólone con el corazón a punto de salírsele del pecho. Su interlocutora la miró con cierta incomodidad.
-Bueno, en realidad, no sé si debo. ¿Podría decirme por qué quiere ponerse en contacto con Marianela?
-Creo... es decir, sé que es mi hermana melliza. A mí me adoptaron, pero ella fue a una familia de aco-gida. Hace mucho tiempo que deseo encontrarla.
-Santo cielo -dijo la mujer tras unos segundos de silencio-. ¿Quiere entrar y esperar a que vuelva Birdie?
-Gracias, pero llevo todo el día viajando y estoy muy cansada -Lali no se sentía capaz de enfrentarse con la curiosidad que irradiaba el rostro de la mujer-. Si pudiera darme el número de teléfono de Marianela...

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