Saturday, February 6, 2016
capitulo 11
Y Lali se encontró haciendo lo que éÍ decía, sin fuerzas para luchar. «Una mentira piadosa»,
era como Peter la había llamado. El simulacro de un compromiso para alegrarle los últimos
días a Alejo. Quizás mentir no era siempre malo...
La patrona salió de su piso al oírlos entrar. En cuanto comenzó a protestar, Peter le puso un
fajo de billetes en la mano.
-La señorita Esposito deja el apartamento. Espero que esto cubra lo que le debe.
El teléfono junto a su cama sonó horriblemente cer- ca y pasaron unos segundos hasta que
Lali se diera cuenta de que no estaba en su casa, sino en la de Peter . Su mirada
cayó sobre la maleta abierta. El teléfono volvió a sonar. Esta vez, agarró el auricular.
-¿Hola? -dijo nerviosa.
-Levántate, Lali -sonó la profunda voz de Peter, haciéndola sentarse de golpe en la cama-.
Son las seis y media. Te quiero en el gimnasio vestida adecuadamente y totalmente despierta
a las ocho.
-¿El gimnasio? -se sorprendió Lali al enterarse de que tenía que levantarse antes de las siete,
particularmente un sábado. Spike todavía dormía tranquilo en su cesta.
-He contratado a un entrenador para que te ponga en forma -terminó Peter secamente y colgó.
Un entrenador. Lali se imaginó un sargento de infantería, una masa de músculos que le
gritaría órdenes salpicadas de insultos. O quizás el entrenador era alguien agradable que la
hiciera trabajar poco a poco. Trató de imaginarse a Peter contratando a alguien agradable. La
esperanza se desvaneció rápidamente. El entrenador sería duro e impío. Después de todo
Peter la había llamado perezosa.
Despertó a Spike y lo llevó a un patio cerrado que había visto al llegar la noche anterior al final
del pasillo, cuando Peter la había puesto en manos de Fisher, el mayordomo, como si hubiera
sido un paquete.
Cuando Spike hizo sus necesidades, volvió al dormitorio a darse una ducha. ¿Ropa adecuada?
Un pantalón suelto y una camiseta talla extra grande eran lo único que tenía. Le hacían parecer
igual de ancha que alta. ¿Una esbelta Lali? ¿Y si la gimnasia funcionaba? Se imaginó a Benjamin
reconociéndola como un miembro del sexo opuesto.
El estómago le hacía ruido de hambre. Estaba por ir a la cocina cuando un discreto golpe sonó
en la puerta.
Fisher apareció portando una bandeja con un gran vaso lleno de un líquido gris verdoso.
-Ayer la señorita Stevens le mandó su plan de régimen por fax a la cocinera -le explicó-. Creo
que ésta es su propia receta para un cóctel energético matinal.
-Oh... -sorprendida, aceptó el vaso. ¿Plan de régimen? Estaba dispuesta a hacer ejercicio, pero
hacer dieta... ¿Y quién era esa señorita que Fisher mencionaba?
-¿La señorita Stevens? –preguntó
-Gilda Stevens, la entrenadora -explicó Fisher inexpresivo-. Las instrucciones concernientes a
sus menús fueron de lo más precisas.
Conque su entrenador era una mujer. Dixie bebió la mezcla. Sabía a agua de fregar, pero
intentando no poner cara de asco, se lo tomó todo, esperando que Fisher le dijese cuándo era
el desayuno.
-El señor Lanzani la espera en el gimnasio en cinco minutos -le informó el mayordomo
retirándose.
-¿Y el desayuno? ¿Es más tarde?
-Ese era el desayuno, señorita Esposito.
Al ver su cara atónita, Fisher miró hacia otro lado.
-¿Esto es todo lo que puedo tomar en esa dieta?
Fisher asintió con la cabeza, y luego le dijo cómo llegar al gimnasio. Al pasar, vio magníficos
cuadros y hermosas alfombras. No la sorprendió entrar a un gimnasio fantástico lleno de los
más modernos aparatos.
Al final de la espaciosa habitación, Peter, apoyado contra una moderna máquina de tortura,
charlaba con una morena. Probablemente Gilda Stevens, que vestía menos ropa de la que
Lali usaba para dormir. Una camiseta mínima le cubría apenas el delicado busto y pantalones
cortos apretados como una segunda piel le marcaban las increíblemente delgadas caderas.
Cada centímetro de lo que quedaba al descubierto estaba bronceado y suave como la seda.
¿Por qué tenía que ser tan guapa? Lali se preguntó ante la inevitable comparación.
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