Le era difícil respirar, y más difícil aún mantener sus manos quietas, porque lo que más deseaba en esos momentos era tocar y explorar con sus dedos esa piel dorada, explorar su abdomen y la mata de vello que empezaba justo debajo de su ombligo.
Cuando empezó a quitarse la ropa, Lali se dio cuenta de que estaba mirándolo con la boca abierta, como si estuviera contemplando un espectáculo de desnudo.
-Quítate la ropa -le dijo Peter. Lali giró la cabeza, para que él no viera que se había puesto colorada. Él tenía un cuerpo precioso, pero no tanto como para quedarse anonadada. Lo peor de todo fue darse cuenta de la sensación de humedad que sintió en un sitio de su cuerpo en la que no quería ni pensar. ¿Qué le había dicho?
Se lo repitió otra vez. Volvió la cabeza y lo miró.
-Está bien -le dijo Peter con impaciencia y se acercó a ella.
-¿Qué estás haciendo? -le gritó Lali, cuando vio que le quitaba la camiseta y le ponía una mano en la cinturilla de sus pantalones. Más preocupada por cubrirse sus pechos desnudos con las manos, no supo cómo reaccionar cuando él le quitó los pantalones y la ropa interior. Empezó a dar patadas para quitárselo de encima.
Peter le agarró la mano y se la sujetó. Apartó la sábana y se metió en la cama con ella, colocándole la otra mano debajo de su cintura, atrayéndola, para que sintiera el contacto ardiente de su masculinidad.Lali se puso rígida.
-¡En cuanto pueda salir de esta habitación, iré a la policía a denunciarte! -gritó Lali, cuando pudo introducir aire en sus pulmones.
-No se te olvide decirles que soy tu marido. Ya verás cómo se parten de risa...
-¡Tú no eres mi marido! -le espetó Lali, con renovado vigor-. Y como se te ocurra ponerme una mano encima...
-Cállate y duerme.
-¿Dormir? -le preguntó Lali, sintiendo contra su cadera su miembro en erección.
-No he dormido más que un par de horas en los últimos tres días. Cuando yo duermo, tú también tienes que dormir -le ordenó Peter, en un tono muy grave.
Lali trató de moverse, pero él la tenía aprisionada bajo su brazo. Giró la cabeza y lo observó. Los ojos se le estaban cayendo de sueño. Estaba muy pálido. Recordó los vuelos que había hecho en tres días y se sintió un poco culpable.
-Parece que no te fías mucho de mí -le dijo ella-. Te prometo que estaré en la casa cuando despiertes.
Aquello no pareció convencerlo mucho. Le metió la otra mano por debajo de su cuerpo y tiró de ella.
-¡Peter...! -gimió Lali, cuando sintió que sus pechos se aplastaban contra el de él. -Si no me dejas dormir, puedo ponerme meloso -le advirtió-. Me gusta hacer el amor antes de dormir. El sexo es un gran antídoto contra la tensión.
Lali se quedó tan quieta como una estatua, escuchando los latidos de su corazón y el sonido de su respiración. Se quedó dormido sujetándola contra sí en un abrazo. La había metido en la cama para que no se escapara y estaba dormido como un tronco.
Lali estaba confusa, algo que ya era normal cuando Peter estaba cerca. Se había marchado de Grecia porque sintió pánico. Al recordarlo, su cuerpo se estremeció. Peter apretó los brazos. Incluso dormido reaccionaba al menor movimiento. Tenía los pezones duros y se sentía muy excitada.
Cuando Peter le había quitado la ropa, ella no había sentido miedo. Lo peor de todo era que cuando él le dijo que quería dormir, ella se había sentido decepcionada. Y lo más peligroso era que se sentía culpable al verlo tan cansado. ¿Cómo podía sentirse culpable por un hombre al que odiaba?
Cuando se despertó, Lali levantó un poco la cabeza de la almohada a la que estaba abrazada y miró a Peter. Estaba vestido y de pie al lado de la cama. Tenía un aspecto increíble.
-¿Qué hora es? -murmuró ella, un poco desorientada y desconcertada al darse cuando de que se había quedado dormida en sus brazos. La verdad era que no había dormido mucho, pero aquello no era excusa para relajarse hasta tal extremo.
-Son las tres de la tarde. Hora de levantarse. Están haciendo la comida.
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