—¿Lo dices de verdad? —murmuró Lali, desesperada por encontrar algo a lo que agarrarse, aunque fueran falsas esperanzas—. Pero yo no quiero causar problemas entre Peter y su hermana. No creo que con eso consiguiera...
—Lali, si Euguenia quiere ser tu enemiga, no creo que tengas más remedio —la interrumpió Candela.
—No seas tan pesimista. Quizá cree que no soy suficiente para su hermano...
—¡Por favor, no empieces a inventar excusas! —gritó su amiga, irritada.
Después de colgar, Lali guardó el móvil en el bolso. No se había atrevido a contarle que Euguenia la había llamado «la puta de mi hermano». Temía, en el fondo, que Candela pensara lo mismo.
Cuando salió del guardarropa, vio que Gaston estaba esperándola, apoyado en la pared.
—A ver, cuéntame, ¿quién te ha robado la sonrisa? Quiero que me digas qué te pasa. Candela me mataría si no acudo al rescate.
Colorada al ver que otras mujeres la miraban, envidiosas, Lali intentó hacerle callar.
—No me pasa nada. Por favor, baja la voz...
Gaston la envolvió en sus brazos, tanto para evitar que se fuera como para no perder el equilibrio. Estaba más borracho de lo que había pensado.
—¿Quieres que te lleve a casa?
—Gracias, pero no...
—Tengo todas las mujeres que quiero —la interrumpió Gaston mientras ella intentaba escaparse del abrazo—. ¿No crees que pueda seducirte, arrancar-te de los brazos de ese millonario griego?
—Nadie podría hacerlo... nunca —contestó Lali, con fervor.
—Nunca digas nunca jamás —la retó él. Luego le dio un fraternal beso en la frente—. Tú eres demasiado buena para alguien como Peter.
Peter seguía siendo el centro de atención de un nutrido grupo de gente. Estaba aburrido; incluso a distancia se notaba. Pero la vio cuando se dirigía hacia él y abandonó a su audiencia para tomarla del brazo.
—¿Dónde demonios has estado? —preguntó en voz baja.
—Cuando la conversación trata sobre el precio del petróleo, no me encuentro en mi elemento.
—Vámonos de aquí, pedi mu —dijo él, llevándola hacia el vestíbulo—. No deberíamos haber salido de la cama...
Mientras la hacía bajar la escalera prácticamente corriendo, el deseo sexual que había en sus ojos la hizo sentir un cosquilleo. De repente, todo lo que la había disgustado le parecían niñerías. Lo amaba a morir y eso era lo único importante. Con un gesto espontáneo, se puso de puntillas para darle un beso y respiró el olor de su colonia como una adicta.
—Espera un momento, Peter —oyeron una voz femenina a sus espaldas—. Tengo que hablar contigo.
Él ayudó a Lali a entrar en la limusina y se disculpó con una sonrisa.
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