Lali había conseguido quedarse dormida al amanecer, pero tuvo un sueño poblado de pesadillas. Cuando despertó, se sentó en la cama y, al recordar lo que había pasado la noche anterior, su estómago dio un vuelco. Llevándose una mano a la boca, Lali corrió al cuarto de baño para vomi-tar.
Con o sin Peter, su vida debía seguir adelante, se dijo a sí misma. No tenía sentido portarse como una cobarde. Tenía que encontrar la fuerza necesaria para concentrarse en las cosas prácticas de la vida. Para empezar, debía encontrar un apartamento.
Y también era hora de intentar conseguir un préstamo que le permitiera abrir su negocio. Cuando por fin estuviese en posición de diseñar y producir sus bolsos, trabajaría día y noche. Sí, trabajaría tanto, que no podría pensar en Peter.
Se fijó entonces en una bolsita dorada que había sobre la consola del pasillo. No la había visto, pero seguramente Peter la habría dejado allí el día anterior. Y, como siempre, serían bombones, los mejores del mundo, de los que se deshacían en la boca, comprados en París o en Ginebra. Cuando abrió la bolsita, comprobó que no se había equivocado, eran bombones. Pero también había un colgante dorado, un amuleto de la suerte que Peter había incluido como sorpresa. Aunque no lo era en realidad porque, uno por uno, le había regalado toda una colección de colgantes de oro para su pulsera favorita. Aquel en particular tenía grabado su nombre en piedrecitas... Menudo amuleto de la suerte, pensó, sintiendo que sus ojos se llenaban de lágrimas. Parpadeando para controlarse, se dio cuenta de que la tristeza le había quitado las ganas de comer chocolate. En lugar de eso, le apetecía comer... aceitunas. ¿Aceitunas? Sorprendida, Lali frunció el ceño. A ella nunca le habían gustado las aceitunas.
De camino al aeropuerto para tomar un vuelo con destino a Nueva York, Peter estudiaba los informes del equipo de seguridad que detallaban los movimientos de Lali. La sensación inicial fue de completa incredulidad... que luego dio paso a una furia ciega. Sabía que, si le pedía al piloto de su jet privado que esperase, no llegaría a tiempo a la reunión, pero por una vez, la emoción se antepuso al deber profesional y le pidió al chófer que diese la vuelta.
Lali tiró la lata vacía de aceitunas a la basura y volvió a su dormitorio. Quizá las náuseas que sufría últimamente le estuvieran destrozando el paladar, pensó.
En ese momento, oyó que se abría la puerta y se le puso el corazón en la garganta pensando que Peter había vuelto, que se había arrepentido... Claro, eso tenía que ser. Se había dado cuenta de que ella nunca podría serle infiel.
—¡Estoy en el dormitorio! —gritó cuando lo oyó llamarla, con la impaciencia típica de su carácter.
Con el pelo rubio cayendo sobre sus hombros,Lali concentró sus ojos
color cafe en la puerta, deseando haber tenido tiempo para vestirse y arreglarse un poco.
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