Tuesday, May 12, 2015

capitulo 34

-¿Quién, Carmina? -preguntó, bostezando.
-Como sabía que sólo había una persona al cargo de esta casa, he traído a algunos de mis criados aquí -le contestó Peter-. Puesto que hay pocas habitaciones en condiciones de ser usadas, se están alojando en las cabañas que hay en la propiedad.
Lali se incorporó, cubriéndose con la sábana. Peter la miró.
-¿Cómo supiste dónde estaba?
-No fue muy difícil descubrirlo. ¿Has venido hasta aquí por razones sentimentales?
-Pensé que aquí no me ibas a encontrar -Lali bajó la cabeza y cerró los ojos.
-¿Dónde está tu anillo de casada? -le preguntó Peter con tanta brusquedad que se asustó.
-Me lo quité.
-Pues póntelo otra vez -le ordenó Peter.
-No puedo... -le contestó, encogiéndose de hombros-. Lo tiré antes de tomar el avión para Palma.
Peter aspiró y soltó el aire poco a poco. Lali pensó que aquello lo hacía para tranquilizarse. Debía de estar costándole un gran esfuerzo, a juzgar por la expresión en su mirada.
-No pensé que fuera a ponérmelo otra vez -protestó ella.
-Cuando te vistas, baja y hablaremos de ello -le dijo Peter, mientras caminaba hacia la puerta-. Además, me debes una disculpa por la forma en que huiste de mi casa.
-Pues espera sentado -respondió Lali-. Porque no soy muy buena disculpándome.
-Ya aprenderás -replicó Peter, con los dientes apretados.
Peter parecía más testarudo que ella. Haciendo una mueca salió de la cama. Al Iado de aquella habitación con pocos muebles, había un cuarto de baño. En él podía caber toda una familia. Pero no salía agua caliente.
Cuando terminó, estaba tiritando de frío. La culpa la tenía Peter, que había consumido todo el agua caliente. Tampoco quedaban toallas secas, porque las dos que había estaban tiradas sobre el suelo, completamente mojadas. Tendría que ponerse la ropa sucia e ir a la parte de arriba, donde había dejado la maleta, a sacar ropa limpia. Pero cuando salió a la habitación, no encontró ninguna de las prendas que Peter, horas antes, le había arrancado de su cuerpo.
Se tapó con una toalla muy pequeña, abrió la puerta del dormitorio y gritó:
-¡Peter!
Dejó pasar un minuto. Empezó a golpear el suelo con la punta de sus dedos. Gritó de nuevo. Se oyeron pasos subiendo la escalera. Lali sonrió y se cruzó de brazos. Pero no era Peter. Había enviado a  Vico a ver lo que quería. Furiosa, se ocultó tras la puerta para que no la viera.
-El señor Lanzani no está acostumbrado a que nadie le llame a gritos -le dijo Vico-. De hecho eso le pone de muy mal humor.
-Siempre está de mal humor -se quejó Lali.
-Es que está muy apenado por la muerte del señor Vasques.
Aquel comentario la hizo sonrojarse. En ningún momento se había puesto a pensar en el efecto que había tenido en Peter la muerte de su padre.
-¿En qué puedo ayudarla? -le preguntó Vico.
-En nada, déjalo -Lali cerró la puerta y se sentó en el borde de la cama.
Desde la muerte de su padre ella también había estado de muy mal humor, y había pasado muchas noches sin dormir. Algunas veces, había querido decirle algo a Nicolas, y de pronto se daba cuenta de que ya no estaba a su lado y que nunca más lo iba a estar. Para Peter, después de veinte años, aquel sentimiento debía ser mucho peor.
Una criada llamó a la puerta y entró en la habitación, arrastrando dos pesadas maletas. Las dejó sobre una silla y salió de la habitación otra vez. Un segundo más tarde, entró Peter con dos maletas de cuero.
-Parece que te vas a instalar aquí. ¿Cuándo me devuelven mi ropa, para trasladarme yo a otra habitación? -le preguntó Lali.
-Ésta es tu ropa -respondió Peter-. Te la he comprado en las horas muertas, entre vuelo y vuelo.
-¿Y por qué me has comprado ropa?
-Porque no tienes nada elegante que ponerte. Considéralo un regalo.

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