Lali cubrió sus párpados enrojecidos con maquillaje para ocultar que,
de nuevo, había estado llorando.
—Sonríe —se decía a sí misma, intentando practicar ante el espejo.
Habían pasado siete semanas desde que se fue a vivir con Candela. Su amiga se portaba de maravilla, pero Lali sabía que tener al lado a una persona triste era incómodo para los demás. Candela le había dicho que tenía una semana para llorar y lamentarse por romper con Peter, pero que después debía seguir adelante. Y desde que terminó esa primera semana, Lali intentaba fingir que estaba recuperándose.
Desgraciadamente, no era así. Mantener esa fachada era tan estresante que, durante esas semanas, las náuseas habían sido cada día más fre-cuentes. Afortunadamente, empezaban a desaparecer y, aparte de un deseo absurdo de comer aceitunas, se encontraba más o menos bien.
El verdadero problema era su estado emocional. Peter había sido el centro de su universo durante dos años y, ahora, cada día le parecía una eternidad. Pero decidida a animarse, se concentró en un plan de trabajo. Había visitado varios bancos para pedir un préstamo y, aunque por el mo-mento no había tenido éxito, se decía a sí misma que estaba a la vuelta de la esquina. Para pagar las facturas, trabajaba en una tienda y vendiendo sus bolsos en ferias de artesanía.
—¿Seguro que no quieres comer? —le preguntó Candela desde la cocina.
Lali salió de la habitación.
—Seguro. He comido algo antes —mintió para no preocupar a su amiga.
Candela, que comía como un caballo y jamás engordaba un kilo, entró en el salón.
—¿Qué tal ha ido la visita al banco esta mañana?
Ella hizo una mueca.
—Dijeron que se pondrían en contacto conmigo, pero no me hago ilusiones.
—¿Por qué no dejas que te financie Gaston? Tus bolsos son un negocio más seguro que los caballos de carreras que compra.
Lali sonrió, pero la sonrisa era un poco tensa. Porque, si la ruptura con Peter le había enseñado algo, era la importancia de la discreción y el sentido común.
—No creo que sea buena idea.
—¿Por qué no? Cinco bancos te han negado un préstamo —le recordó la pelirroja—. A Gaston le sale el dinero por las orejas y quiere ayudarte. En tu posición, yo no me lo pensaría dos veces.
—Gaston es tu primo, tú lo ves desde una perspectiva diferente.
Lali había aprendido de la forma más dura que nada era gratis. Vivir sin pagar alquiler en el lujoso ático de Peter había sido un tremendo
error. En lugar de vivir una vida independiente, se había dejado seducir por el deseo de complacerlo convirtiéndose, ante sus ojos, en una mantenida. Como resultado, Peter no podía verla como una igual. La veía como a su amante, un objeto de su propiedad más que una persona a la que amaba y respetaba. Lali había entendido cómo veían los hombres ricos a las mujeres que no gozaban de la misma situación económica. Al mismo tiempo, empezaba a valorar la amistad de Gaston y no quería estropearla pidiéndole dinero prestado.
Candela sonrió.
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