—Sólo quiero que aceptes el hecho de que no volverás a verlo — murmuró su amiga, apretando cariñosamente su mano—. Esto te ayudaré a olvidarlo de una vez.
En ese momento sonó el timbre y Lali cerró los ojos para olvidar la imagen de Peter con otra mujer.
—¡Qué sorpresa! Yo soy Candela... ¿no es increíble que no nos hayamos conocido hasta ahora? Lali no te espera, ¿verdad? —estaba diciendo su amiga, en el pasillo—. Acaba de levantarse de la cama y no creo que esté despierta todavía. Anoche se acostó a las siete de la mañana.
Atónita, Lali abrió los ojos. ¿Con quién estaba hablando?
Lo que vio un segundo después la dejó paralizada: Peter estaba en la puerta del salón.
«No volverás a ver a Peter», había dicho su amiga unos segundos antes.
Sin respiración, observó a aquel hombre que tanto daño le había hecho... el hombre al que tanto amaba. Estaba un poco despeinado por el viento, pero sus rasgos seguían siendo tan hermosos como siempre.
—Gracias —dijo Peter, cerrando la puerta del salón.
—No te esperaba —consiguió decir Lali, haciendo después una mueca por lo absurdo del comentario.
Peter observó el rastro de una lágrima en su rostro. Aunque sus ojos seguían siendo dos luminosos castano, el brillo alegre había desapa-recido. Como respuesta, la frialdad con la que pensaba mantener aquel encuentro se suavizó un poco. Pero si estaba pasándolo mal, era lo que se merecía. Si le echaba de menos, lamentando lo que había perdido, mejor. Y si estaba dispuesta a suplicarle que la perdonase, disfrutaría incluso más.
Candela asomó la cabeza por la puerta que daba a la cocina.
—¿Quieres que me quede, Lali?
Como si fuera una niña necesitada de la ayuda de un adulto, pensó Lali, descorazonada.
—No, gracias. En realidad, vamos a mi habitación.
—No seas boba, no tienes por qué —replicó su amiga, mirando a Peter sin disimular su desagrado—. Sólo pensaba que podrías necesitar mi apoyo.
—Estoy bien, gracias. Quiero hablar con él a solas. Por aquí —dijo Lali entonces, abriendo la puerta del pasillo.
—Podríamos hablar en la limusina —sugirió Peter.
—No, no es necesario.
Era evidente para Peter que, al menos, en eso no le había mentido. Candela vivía en el apartamento de su primo. Pero, claro, él podía habérselo prestado para facilitar su aventura con Lali. Sin embargo, por mucho que quisiera convencerse a sí mismo, le resultaba difícil creer que hubieran mantenido una larga aventura.
Para empezar, Lali había seguido siendo la misma hasta la semana anterior a la fiesta de su hermana. Lali era una persona honesta y abierta y era difícil imaginar que quisiera engañar a alguien. Le resultaba más fácil creer que, sencillamente, había sucumbido a la tentación esa noche.
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