Además, sospechaba que el hecho de que Gaston fuera el primo de su mejor amiga tuvo algo que ver. Desde el principio, y sin conocerla, supo que a Candela no le gustaba su relación con Lali. ¿Habría animado a su primo para que intentase conquistarla? ¿Se habría hecho él pasar por amigo para ganarse su confianza? En resumen, ¿le habrían tendido una trampa?
—Por aquí —dijo Lali, empujando una puerta.
¿Por qué había ido Peter a verla?, se preguntaba, incrédula. La posibilidad de que quisiera volver con ella la dejaba absolutamente confu-sa.
Él miró alrededor con ojo crítico y, diez segundos después, podría haber enumerado cada uno de los objetos que había en el dormitorio. No había nada en la habitación que sugiriese la presencia de un hombre. De hecho, la cama era pequeña y estaba llena de muñecos de peluche. Ningún hombre compartiría cama con el conejito rosa que Lali tenía desde la infancia.
Cuando Lali cerró la puerta, le llegó el olor de su champú, un olor a hierbas que conocía bien. El pelo rubio caía sobre sus hombros como una cascada de satén dorado. Sus curvas parecían más pronunciadas que antes, pero quizá lo veía así porque recientemente había estado rodeado de mujeres muy delgadas, pensó, mientras intentaba controlar la excitación que empezaba a crecer dentro de él.
A pesar de todo, la curva de sus pechos bajo la camiseta era espectacular.Peter tuvo que apretar los dientes.
—¿Quieres sentarte? —preguntó ella, inclinándose para apartar unas revistas de la silla. Al hacerlo, la camiseta se levantó por detrás, dejando ver su piel blanca, tan suave...
—No —contestó Peter, apretando los puños. Quería tocarla. De hecho, quería hacer mucho más que eso. Después de semanas de total desinterés por el sexo, estaba como loco. Quería tumbarla en la cama, arrancarle la ropa y hacerle el amor. Fuerte, rápido, sin control... como sólo podía hacerlo con ella.
Rígido por la fuerza de su deseo, Peter dio un paso atrás. En un esfuerzo por contenerse, se concentró en las revistas que ella había tirado al suelo. Eran revistas de decoración, sus favoritas, con fotografías de casas de campo con artesonados de madera y hermosos jardines. Le encantaban las casas antiguas...
Entonces se preguntó por qué no le había comprado una casa. Si le hubiera dado la oportunidad de concentrarse en la decoración de una casa, estaba seguro de que seguiría con él.
—¿Quieres un café? —preguntó Lali, intentando controlar los nervios.
—No voy a estar aquí mucho tiempo.
—¿Seguro?
Una combinación de deseo sexual y fiero resentimiento brilló en sus ojos. Si la tumbaba en la cama, ¿le diría que no? Nunca le había dicho que no, ni siquiera en los peores momentos.
—Sólo quiero saber cómo te va —dijo Lali entonces, pensando en la rubia de la fotografía. Luego contuvo el aliento, temiendo que Peter
hubiera notado que su vientre no era tan plano como antes. No sólo le habían crecido el pecho y las caderas; había comido más de lo habitual para poder soportar la depresión y el sobrepeso empezaba a notarse en su vientre.
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