—¿Qué te pasa? Tú nunca has tenido ningún problema para ir al grano.
—Eso era cuando me mirabas como si fuera un ser humano —contestó Lali.
Peter estaba poniéndose unos guantes de boxeo, pero se detuvo al oír esa frase. Acababa de sentir un pellizco en el corazón.
—¿Estás enferma? ¿Eso es lo que has venido a decirme?
—No, no es eso.
Él dejó escapar un suspiro de alivio.
—Entonces dime qué es. No tengo tanta paciencia —murmuró, volviéndose de nuevo hacia el saco de arena.
—Estoy embarazada.
Peter se quedó inmóvil, de espaldas.
—Si es una broma, no tiene ninguna gracia.
—Yo no bromearía sobre algo así.
No podía mirarla. No podía hacerlo. Una furia ciega se lo impedía. Lali estaba enamorada de Dalmau, eso había tenido que aceptarlo. Pero que ese niñato la hubiera utilizado, abandonándola después al descubrir que estaba embarazada lo sacaba de quicio. No confiaba en sí mismo y decidió contar hasta diez. Si decía algo, sería algún comentario cruel y eso no sería un consuelo para ninguno de los dos.
¿Cómo demonios podía haber sido tan tonta? ¿No había aprendido nada estando con él? Por supuesto, Lali podía confiar en que cuidase de ella, pensó Peter. Y sin él, no era capaz de sobrevivir. Lali confiaba en todo el mundo, sin hacer diferencias, pero Gaston había sido una mala apuesta. Era un niñato inmaduro con demasiado dinero y ningún sentido de la responsabilidad.
¿Le sorprendía que hubiese acudido a él para pedirle ayuda? No, ¿a quién más podía acudir? ¿Qué quería de él? ¿Qué esperaba, un consejo? ¿Dinero? De repente, Peter agradeció que llevase el abrigo. No quería ver la evidencia del embarazo. Dios... llevaba el hijo de otro hombre en el vientre. La mera idea lo llenaba de antipatía y otra emoción, más poderosa, que se negaba reconocer. Una imagen de Gaston, con su cara de niño bueno, apareció entonces ante sus ojos y Peter golpeó el saco de arena con la fuerza de una apisonadora.
Paralizada, Lali se quedó mirando sin saber qué hacer. Lo observó golpear el saco y luego quitarse los guantes, pensativo. Después, se pasó los dedos por el pelo, murmurando una maldición.
—Necesito una ducha —dijo entre dientes—. Ven.
¿Quería que lo acompañase a la ducha? Si era sincera consigo misma, Lali debía reconocer que habría ido a cualquier sitio con él. Incluso en aquellas circunstancias era asombroso estar de nuevo con Peter.
—¿No vas a decir nada? —preguntó, desconcertada, cuando él cerró la puerta del vestuario.
Peter la miró entonces, con una rabia que no era necesario poner en palabras.
—¿Qué quieres que diga?
—Sé que te has llevado una sorpresa. Yo también. Pero estoy intentando ver esto de forma positiva...
Peter piensa que no es de el..que estupido es
ReplyDeletemassssssssssssss
ReplyDelete