—Lali y yo vamos a salir...
—No, tú y yo no vamos a ninguna parte. Me disponía a tomar el tren...
—Yo debería estar en Atenas.
—Pues peor para ti. No pienso ir a ningún sitio contigo —replicó Lali.
—Muy bien, entonces nos quedaremos aquí. Y no tendrás que decir nada, hablaré yo. Me gusta que la gente me escuche.
—¿No me digas? —intervino Candela, con poca disimulada sorna.
Peter soltó una carcajada.
—Muy buena.
Eso era lo que representaba ella para Peter, pensó Lali: una broma, algo de lo que podía reírse.
—No quiero verte ni escucharte —dijo entonces, furiosa, dándole con la puerta en las narices.
—¡No me lo puedo creer! —exclamó Candela—. ¡Pero si era el amor de tu vida!
—Debería haber hecho eso hace mucho tiempo. Además, creo que debo empezar a cultivar el buen gusto, hasta ahora lo he tenido atrofiado — suspiró Lali, entrando en su dormitorio.
Le dolía el corazón a pesar de todo. Por primera vez, estaba aprendiendo a decirle que no a Peter y, sin embargo, le dolía. Iba en contra de su naturaleza ser desagradable. Y más con una persona a la que había amado tanto.
Cuatro horas después, salía de un taxi con la llave de la pintoresca casa de los Dalmau y los Vetrano en la mano. Cubierta por un alto muro de aligustre, no era precisamente una «casita de campo». Una casa con una docena de dormitorios podría muy bien ser considerada una mansión.
Una vez en el encantador dormitorio que había elegido, Lali miró por la ventana el jardín y el riachuelo que serpenteaba al fondo. El silencio y la paz eran maravillosos. El viaje en tren había sido agotador y se le cerraban los ojos...
«Estar embarazada puede ser extenuante para algunas mujeres», le había dicho el ginecólogo. «Tiene que descansar todo lo que pueda».
Llevaba semanas sin pegar ojo. Los recuerdos, las preocupaciones, daban vueltas y vueltas en su cabeza y no la dejaban dormir. Después de quitarse la ropa, Lali se puso un camisón blanco y cayó sobre la cama, exhausta.
Despertó más fresca a la mañana siguiente y, al ver los rayos del sol colándose por las cortinas, se sintió un poco mejor. Hacía un día precioso.
Se puso un ligero vestido sin mangas, intentando meter la tripa... sin éxito y, finalmente, bajó a la cocina a desayunar. Por primera vez en varios días, tenía apetito.
Afortunadamente, Candela debía de haber llamado a la señora que se encargaba de la casa, porque en la nevera había comida más que suficiente.
Lali tomó un par de tostadas con mermelada en la terraza que daba al jardín. Y cinco aceitunas. Tenía tantas decisiones que tomar... pero su amiga había acertado sobre una cosa: iba a tener a su hijo pasara lo que pasara. Además, contaba con el cheque que le había dado su hermano.
Aunque no sabía qué hacer con ese dinero. Quizá, en sus circunstancias, invertirlo en una propiedad inmobiliaria sería lo más sensato.
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