—Pero tú sabías que yo no. Por eso nunca lo dijiste —lo interrumpió ella.
—No tenemos por qué discutir. No hace falta. Por el momento, aceptaré tu palabra de que el niño es mío.
Lali se encogió de hombros, como si el asunto no fuera importante para ella. Y no lo era, en realidad. Lo único que le importaba era su hijo.
Los desprecios de Peter Lanzani habían dejado de afectarla.
—¿Por que tardaste tanto en saber que estabas embarazada?
—Porque siempre he tenido un período irregular. Además, en los últimos meses tenía demasiadas cosas en la cabeza.
—Eso ha quedado en el pasado —dijo Peter entonces, con una media sonrisa en los labios—. Veo que has sido muy infeliz, pedi mu.
Entonces miró de nuevo la chaqueta colgada en el perchero...
¿Se habría acostado con Dalmau allí? «¿Tú qué crees, Peter?», se preguntó a sí mismo, irónico. ¿No era el dueño de la casa? ¿Cómo podía confiar en Lali? Todos los hombres eran vulnerables a una falsa reclamación de paternidad. Sin una prueba de ADN, ¿cómo podía saber Lali que era su hijo? Seguramente, esperaba que lo fuera. Pero lo último que haría era admitir algo que renovaría sus sospechas.
Y, en un segundo, las sospechas habían vuelto a entrar en su corazón. El amargo recuerdo de su traición seguía grabado a fuego en su cerebro. ¿Cómo podía perdonarla? ¿Cómo podía perdonar lo que le había hecho? Sólo un estúpido podría hacerlo, un hombre débil cuya dependencia de una mujer mentirosa le había privado de su orgullo.
Pero él no era uno de esos hombres. Su única debilidad con Lali era la lujuria, pensó Peter. El sexo, nada más. Se acostaría con ella como y cuando quisiera. Pero perdonarla era imposible.
—Si haces la maleta ahora, yo mismo te llevaré a Londres —le dijo—. El ático ya tiene comprador, así que tendré que buscar otro sitio para ti...
—¿Qué quieres ahora, comprarme con diamantes?
Peter la fulminó con la mirada.
—¿Qué has dicho?
—Se supone que a una amante hay que inundarla de joyas, ¿no? Pero yo no quiero eso. Nunca he querido eso.
Él no contestó. No le parecía el mejor momento para decirle que algunos de los colgantes de la pulsera eran de diamantes de la mejor calidad.
—El ático era tuyo, pero la comida que comías allí la pagaba yo... ¿te convierte eso en un mantenido? —le espetó Lali entonces con aparente tranquilidad.
—¿Que quieres decir con eso?
—Yo compraba la comida, yo pagaba la luz, yo pagaba el teléfono, el gas... mis pequeñas contribuciones —le informó ella—. Pero tú pensabas que me habías comprado, claro.
—Nunca he pensado eso... ¿Tú pagabas las facturas? —murmuró Peter, sorprendido—. No tenía ni idea...
—¿Quién creías que lo hacía? —le espetó Lali antes de subir a su habitación.
La oyó cerrar el pestillo y murmuró una palabrota mientras miraba hacia arriba, como si esperase una intervención divina. Lali siempre había sido
una persona dulce, pero aparentemente también eso había cambiado. Ahora le hablaba con los ojos encendidos de furia...
¿De quien era la culpa, de Dalmau? ¿Habría aceptado hablar con él porque Dalmau la había rechazado? No podía confiar en ella, se recordó a sí mismo.
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