Aunque no le gustaba en absoluto, la llevaba de merienda porque a Lali le encantaba. Los viajes turísticos lo aburrían y, sin embargo, la había llevado a Roma, a París y a un montón de ciudades fabulosas para que pudiera explorar su pasión por la historia en su compañía. Cuando se sentía desanimada, asustada o deprimida, él estaba a su lado. Lo amaba con toda su alma por muchas razones. ¿Y su lado malo? No, no quería pensar en eso.
No quería arruinar su felicidad.
Peter la llamó desde el aeropuerto.
—Estoy contando los segundos —le dijo Lali.
La llamó desde la limusina cuando se quedó retenido en un atasco.
—No puedo soportarlo más...
—¿Sabes cuánto te he echado de menos? —preguntó Peter en su última llamada mientras entraba en el ascensor para subir al ático.
Para entonces, Lali estaba nerviosa. La puerta se abrió y, al verlo... dejó de pensar. Le temblaban tanto las rodillas, que se apoyó en la pared para estabilizarse. Todo en Peter la emocionaba. Desde el ángulo orgulloso de su cabeza hasta la anchura de sus hombros, sus zancadas, todo en él era espectacularmente masculino.
Era guapísimo y sólo tenía que entrar por la puerta para que su corazón amenazase con detenerse.
Peter cerró la puerta con el pie y la tomó entre sus brazos. Por un segundo, Lali se perdió en la felicidad de tocarlo, de olerlo.
—Peter...
—Si pudieras viajar conmigo, pasaríamos más tiempo juntos —dijo él, con voz ronca—. Piénsalo. Podrías dejar tus tareas artísticas aparcadas du-rante un tiempo.
Y perder su independencia... eso estaba fuera de la cuestión.
—No puedo.
Contento de haber plantado otra semilla, Peter la aplastó contra la
pared. Ella sucumbió al atractivo de su boca con el mismo fervor que habría empleado en una situación de vida o muerte. Sabía de maravilla, como algo adictivo sin lo que no podría vivir. Él la tomó por la cintura, levantándola para apretarla descaradamente contra su erección.
—Oh... —gimió Lali, derritiéndose como la miel al calor del sol.
Aplastada contra el cuerpo masculino, apartó la cara para buscar oxígeno cuando recordó que había olvidado recordarle un ritual importante.
—El móvil...
Peter se puso tenso.
—O el móvil o yo —le recordó ella.
Con una mano, Peter sacó el móvil de la chaqueta y lo tiró sobre la mesa del pasillo. Luego, volvió a buscar su boca con ansia devoradora.
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