Pero Peter se lo echaba en cara como si hubiera sido algo sucio.
La sorpresa, el disgusto, el horror, la impedían llorar.
—Esa noche... aunque no fuera especial para ti, sí lo fue para mí.
Peter se encogió de hombros, en un gesto tan despreocupado como hiriente.
Lali volvió a intentarlo:
—Tienes que escucharme...
—No tengo por qué.
—No he hecho nada con Gaston, no lo he besado —insistió ella, con vehemencia.
—Espero que encuentres un apartamento antes de que acabe el mes. Lo nuestro ha terminado —dijo Peter entonces.
Lali se dio cuenta de que estaba a punto de marcharse y el horror disolvió la parálisis en la que estaba sumida.
—¡No puedes irte así!
—¿No?
—Quiero que te pares un momento y pienses en la persona que soy. Pregúntate si tiraría por la borda lo que hay entre tú y yo por un beso de Gaston.
—Otras mujeres lo han hecho —contestó él, con los dientes apretados—. Dalmau se ha cargado varios matrimonios con su carita de niño bueno. Es famoso por ir detrás de mujeres casadas...
—Pero a mí no me gusta siquiera... nunca me ha gustado. Imagino que la mitad de Londres ha tenido que soportar a Gaston cuando está borracho... No es exactamente selectivo —replicó Lali. Para ella, Gaston no era más que el primo díscolo de Candela—. Si no me crees, pregúntale a él si ha pasado algo esta noche.
Indignado por la sugerencia, Peter soltó una carcajada amarga.
—¿Y por qué iba a rebajarme a eso? Si fueras mi mujer, me habría enfrentado con él. Le habría partido la cabeza por atreverse a tocarte — exclamó con tono áspero—. Pero no eres mi mujer, eres mi amante y, como tal, puedo prescindir de ti cuando quiera.
Pálida, Lali tuvo que tragar saliva antes de hablar:
—¡Yo nunca he sido tu amante!
—Entonces, ¿qué eres? —preguntó Peter.
—Una mujer que se enamoró de ti y que nunca se detuvo a hacer cálculos —respondió ella—. Algunas personas me juzgarían duramente o me llamarían tonta. Pero eso no me convierte en tu amante...
—Muchas mujeres han dicho que me querían —la interrumpió él con desprecio—. Pero lo único que quieren es lo que yo puedo darles.
—Pero yo nunca te he permitido que me hicieras regalos caros —le recordó Lali—. Con la excepción de este apartamento, tu dinero no ha tenido nada que ver con nuestra relación. No intentes cargarme con los pecados de otras mujeres, Peter, cuando yo siempre he sido honesta contigo. ¡Y deja de insultarme! ¡Deja de hablarme con ese ridículo tono de superioridad! ¡Ya estoy harta!
—Si dejo de hablarte en este tono, podría perder los nervios —le advirtió él, abriendo la puerta—. Adiós, Lali.
No comments:
Post a Comment