-Tendrás que cambiarte de camisa -murmuró ella.
-La llevaré con orgullo -contestó Peter, lo que para Lali fue una respuesta desconcertante.
-Cámbiate -murmuró Lali, casi suplicándole, pasando a su lado, en su camino hacia la casa-. Me voy a dar un baño.
-Te veré arriba -murmuró Peter. Lali se puso tensa al comprender el significado de sus palabras. Él también se tenía que cambiar. El armario donde él guardaba la ropa estaba en su habitación, a pesar de que dormía en otra habitación distinta. Su cabeza todavía le daba vueltas. Si un solo beso la ponía de esa manera, Peter podría hacer lo que quisiera con ella, si se lo proponía. Lo malo era que él lo sabía.
Había un taxi en el patio de la casa. Cuando Lali entró en el vestíbulo, una criada le estaba diciendo a un hombre de pelo blanco, con un maletín en la mano, dónde estaba el estudio. El hombre se puso en tensión, cuando Lali pasó a su lado. No obstante, hizo un gesto con la cabeza, para saludarla.
Subió las escaleras y se encontró con Vico, a quien le preguntó:
-¿Quién es ese?
-Alejo Pintos, el abogado del señor Lanzani.
Sin duda el hombre la había mirado de aquella forma porque estaría horrorosa con la ropa que llevaba. Seguro que no esperaba que la mujer de Peter, fuera temporal o definitiva, llevara ese tipo de atuendo.
Cuando llegó al cuarto de baño, se quitó la ropa. Sentía odio por sí misma y lo único que pudo hacer fue quedarse en pie, consciente de la dolorosa realidad. ElIa no era nada en la vida de Peter...
No era ni su mujer, ni su amiga, ni siquiera su amante. A lo mejor él tenía razón cuando le dijo que no sabía cómo definir su relación. Quizá se ponía a la defensiva por su inseguridad, y esa actitud era su peor enemigo. Se sintió confusa.
Cubriéndose con una toalla, salió del cuarto de baño y se quedó paralizada en el sitio. Había alguien en la cama. Peter estaba en ella, su cuerpo bronceado resaltaba contra la blancura de las sábanas. Lali se quedó mirándolo, sin apartar la vista de él. Peter sonrió de forma maliciosa.
-No entiendo por qué estás aquí...
-¡Theos! -exclamó Peter-. ¿Es que no lo sabes?
-Me hago una idea vaga de tus intenciones, Peter -replicó Lali, dirigiéndose hacia la puerta para abrirla e invitarlo a marcharse.
-Está cerrada con llave.
Lali se dio la vuelta. Peter le enseñó la llave.
-Es mejor no asustar a los criados otra vez.
-¡Dame esa llave! -le gritó Lali, enfurecida.
-Ven y quítamela...
Lali dudó.
Peter sonrió, mostrándole sus dientes blancos.
-¿No te dije que tendrías que tener cuidado conmigo?
Lali saltó sobre la cama e intentó quitarle la llave. Peter la tiró y le puso sus dos manos en las caderas.
-Sabía que ibas a morder el anzuelo.
-¡Suéltame!
-La abnegación no es un sentimiento que me salga de dentro. Y yo diría que a ti tampoco -Peter la miró, devorándola con los ojos-. Diez horas al día manejando la azada como si fuera un machete. He de confesar que no he visto nunca a una mujer que hiciera tanto esfuerzo para resistir la tentación.
-¡Yo lo único que quiero es no estar cerca de ti! -le gritó Lali, sintiendo el calor de su cuerpo a través de la fina toalla que los separaba. Sin embargo, todo su cuerpo empezó a sentir un cosquilleo que endurecía sus pechos y la dejaba casi sin respiración.
-Eso es porque no confías en ti misma -respondió Peter-. Aunque he de confesar que viéndote con esos pantalones cortos doblándote y estirándote, también yo he tenido que luchar por contenerme. Tienes el trasero más provocador que conozco. Y cuando te sacudes la camiseta, porque se te ha manchado, esos pequeños pechos que tienes golpean la tela de algodón y tus pezones...
-¡No sigas! -Lali se asustó al darse cuenta de que la había estado observando.
massssssss
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