Wednesday, October 28, 2015

capitulo 10

Él se inclinó hacia adelante, colocándose en el borde mismo del colchón, para ponerle una mano sobre el brazo.
-No era mi intención parecer superior ni alardear...
-¿De verdad?
-Dios sabe que no me causa ninguna satisfacción verte como estás. Simplemente creo que no deberías ser tan independiente ahora.
El contacto de su mano la había puesto rígidamente a la defensiva. Cuando le quitó la copa de vino, le preguntó:
-¿Qué demonios crees que estás haciendo?
-Creo que has bebido más que suficiente. El alcohol te causará más depresión.
La irritaba darse cuenta de que la costumbre de comportarse como Peter le decía había sobrevivido durante todos esos años. No pudo evitar replicar:
-Dos copitas de jerez no son suficientes para emborracharse y no estoy deprimida.
-¿De verdad?
-No. Lo que sucede es que he tenido dos días muy difíciles.
Él le puso una mano sobre un hombro. Confundida e inquieta por su perturbadora cercanía, sintió un cosquilleo en la garganta. El silencio se hizo más denso aún. Apenas lo rompía el crepitar del fuego de la chimenea. Lali se humedeció el labio inferior con la punta de la lengua. Peter emitió un gemido. Algo más fuerte y más antiguo, e infinitamente más poderoso que ella, la mantenía quieta mientras él enterraba los dedos en su cabello y acercaba su rostro al suyo. Con impaciencia, deslizó la otra mano por su espalda y con la lengua le hizo entreabrir los labios, provocándole sensaciones que recorrieron su ser como una respuesta salvaje y primitiva. De pronto Lali lo abrazó, como signo de aceptación y entrega.
Conforme se deslizaba hacia él, Peter la recibía. Hambriento, siguió sondeando su boca y le acarició los senos hasta provocarle una excitación que la hizo emitir sonidos inarticulados.
El viejo reloj, situado sobre la chimenea, dio la una de la madrugada. Al instante los dos se quedaron paralizados. Peter se puso de pie, para echar el cuerpo hacia atrás, con la respiración entrecortada. Le lanzó una mirada ardiente.
Lali se sentó, estremecida. Se alisó la ropa con manos temblorosas.
-Como de costumbre, lo que quieres decir es: «¡Dios mío! ¿Qué he hecho?» -pronunció ella con sarcasmo.
-¿Por qué demonios decidiste regresar? -le preguntó, violento.
Una antipatía tan poderosa como la pasión que habían compartido surgió con igual brusquedad.
-Descuida, no se lo diré a Belen. Las mujeres son seres notablemente rencorosos -replicó ella. El rubor tiñó las mejillas de Peter y acentuó el brillo de sus ojos. Finalmente dijo con tono burlón:
-De verdad, estaba preocupado por ti.
-No necesitas una copa de jerez para tener una excusa esta vez.
A la propia Lali le dolió ese comentario, y Peter palideció.
-¡Maldita bruja venenosa! Si crees que he olvidado esa noche, estás en un error. Nunca me ha dejado.
Pero Lali pensó que a él no le había afectado tanto como a ella. Peter se había casado, tenía una hija y estaba enfrascado en otra relación. ¿Dónde estaban sus cicatrices? No existían. Con la cabeza inclinada, su largo cabello ocultó su dolida expresión. ¿Por qué no se sintió físicamente enferma cuando la tocó?
-Vete -susurró.
-No necesitaba tu invitación -al salir cerró de golpe la puerta.
Cuando se mudó a la casa de la ciudad, nunca se le ocurrió que todo el mundo supondría que era la amante de Grant. Con toda sinceridad había creído que en cuanto estuviera presentable, Grant se mostraría muy dispuesto a aceptar abiertamente su relación. Pero él nunca aceptaría la paternidad. Era muy susceptible en cuanto a su edad, y más aún en cuanto a su personalidad. El hecho de que tenía más de cincuenta años era un secreto tan grande como el que tenía una hija de más de veinticinco. Y Lali se había convertido en un escudo defensivo contra las mujeres demasiado irritantes. Sin embargo, aun cuando él había negado con vehemencia la acusación, Lali era su disculpa cuando alguna de sus amigas se ponía demasiado pesada. Durante mucho tiempo había concentrado sus energías en su trabajo. Si
ella no había tenido la menor prisa en someterse a prueba como una mujer sin compromisos, en gran parte se debía a la falta de interés y a la sospecha de que era una mujer frígida.
«Frígida», repitió con tristeza, mientras un calor vergonzoso recorría su cuerpo en oleadas. En los brazos de Peter no había sentido repulsión ni inhibición alguna. Durante todos esos años no había olvidado la lección que su humillación y su rechazo le habían enseñado, lo cual había hecho que reprimiera para siempre su propia sexualidad. Había temido vincularse con otro hombre, pero ahora debía enfrentarse a la verdad.

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