Wednesday, October 28, 2015

capitulo 2

A pesar de todo, a Lali le divertía el hecho de que la prensa todavía no hubiera revelado el mayor de sus secretos.
Había sufrido mucho a raíz de los últimos acontecimientos, cuando se dio cuenta que había estado viviendo una mentira.
Su coche seguía devorando kilómetros. A las doce del día el sol deshacía las nubes, mientras Lali se acercaba cada vez más a su destino.
Dos realidades habían ensombrecido su infancia. Por un lado, la muerte de su madre al nacer ella; por otro, el hecho de que Gimena no se hubiera casado. Los abuelos de Lali se hicieron cargo de ella, tan sólo por obligación. En su educación, el amor había representado una mínima parte. Como era una niña solitaria, pasó inadvertida en el hogar y con dificultad consiguió entablar relaciones con los otros niños de la escuela de la localidad.
Los recuerdos volvían a ella, entretejidos con las hermosas facciones de un hombre: Peter. Furiosa, se rebeló contra su propia sensibilidad. Peter Lanzani había ocupado sus pensamientos de adolescente en una medida mucho mayor de la que estaba dispuesta a aceptar.
Sus abuelos habían sido los inquilinos más pobres de la finca Lanzani. Su abuelo fue un hombre amargado y huraño, que culpaba a los dueños de la tierra y a sus vecinos de sus ineficaces métodos de cultivo. Lali tenía cinco años cuando habló por primera vez con Peter, un joven delgado de unos diez años, que le inspiraba temor.
En aquel tiempo, Peter estudiaba en una escuela cara, y los fines de semana los dedicaba a divertirse a su modo. Después del terror que le había inspirado a Lali en su primer encuentro, fueron necesarios varios meses para que ella volviera a acercársele.
Peter la había inducido a que confiara en él, y para ello había colocado golosinas en lugares estratégicos, los que ella prefería. Tenía el temperamento violento, desconfiado y tímido de un animal, pues no estaba acostumbrada a recibir atenciones ni a tener compañía. Años después, Peter le confesó que había utilizado el mismo método con un zorro, aunque había fracasado con él.
Como estaba hambrienta de afecto, Peter se ganó facilmente su devoción. La sacó de su aislamiento y, gracias a eso, la escuela no fue una dura prueba para ella. El había mejorado sus escasos conocimientos de gramática; la había ayudado a leer. Después Lali siguió todos sus pasos.
Para ella, amarlo fue una cosa tan natural como respirar. Ni siquiera recordaba el momento en que la admiración infantil se convirtió en algo más profundo, en algo poderoso. En todo caso, no fue un enamoramiento repentino.
Desde muy joven aprendió a distinguir las diferencias que los separaban. Todavía podía recordar la cara de la madre de Peter, mirándola con repulsión desde el umbral de su elegante casa.
-No puedes meter en casa a esa sucia mocosa, Peter. Que te espere fuera. De verdad, debo establecer una línea divisora -comentaba Mercedes.
Jessie, el ama de llaves de la casa, le había dado a Lali un vaso de leche, en la escalinata posterior de la cocina, cuando la pequeña oyó a la señora Lanzani regañándola:
-No sé qué es lo que ve en esa niña... Sí, lo sé, está abandonada. Es terriblemente doloroso, pero me niego a que entre en mi casa. Conoces bien a la familia, Jessie. Una gente muy extraña, según me han dicho. Llévales alguna ropa de la que ya no nos ponemos. Me siento obligada a hacer algo.
Lali quiso escapar, desahogar su corazón, pero no lo hizo porque estaba esperando a Peter. El respeto a sí misma era muy importante para ella, y Mercedes Lanzani lo había advertido.
Cuando Lali cumplió dieciséis años, la madre de Peter la acorraló y fue aún más dura con ella. -Estás asediando a Peter de una forma ridícula, y te aseguro que no te dará resultado -le dijo con dureza-. Una cosa es una amistad duradera y otra este penoso enamoramiento. Lali, no deseo verte sufrir. Lo que quiero decirte es que no pertenecéis al mismo ambiente social. Te estás comportando como una estúpida. ¡Qué pena que no tengas una madre para que te haga ver estas cosas!
Pero Lali no le hizo ningún caso. Con la tenacidad e indiferencia propias de la juventud, se aferró a su amor y a sus sueños. ¿Quién podía haber imaginado en ese momento que su peor enemigo le había dado el consejo más sensato y conveniente?
Despreciándose a sí misma, Lali volvió a la realidad. Su coche cruzó con rapidez el puente de piedra que llevaba a la aldea. Mirsby era un disperso conjunto de casas de granito. Hundió el
pie en el acelerador para tomar la empinada cuesta. Al llegar a la cima, viró hacia el austero edificio de la iglesia y aparcó frente al cementerio.

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