Wednesday, October 21, 2015

capitulo 29

El problema era que no se había comportado ni caprichosa ni egoístamente desde que se vieran en el aeropuerto. Ni siquiera había visto rasgos de la muchacha superficial que había conocido.
Claro que sólo había pasado día y medio con ella y era muy pronto para sacar conclusiones. Le había dado su tarjeta de crédito y un fajo de billetes y, al parecer, había encontrado la forma de gastarlo todo. Seguramente no había dejado de comprar en todo el día.
Lo que no le sorprendía en absoluto. Lo cierto es que aquello le estaba demostrando lo que en el fondo sabía, que Lali no había cambiado. Seguía anteponiendo sus propios deseos e intereses a los sentimientos de los demás.
Pero si no regresaba pronto, si llegaba tarde a aquella importante cita de negocios, no sólo le haría pagar todos los gastos, sino que la pondría de vuelta a Gabriel’s Crossing en el primer avión y compraría la compañía de su padre a primera hora de la mañana.
Volvió a maldecir, y estaba a punto de mirar una vez más la hora en su reloj, cuando oyó que la puerta se abría.
—¡Por fin! ¿Dónde demonios has estado? —dijo Peter, cruzando la habitación a su encuentro.
Pensaba encontrarla con una sonrisa de oreja a oreja, con un montón de bolsas y cajas en las manos. Seguramente, estaría deseando mostrarle todas sus compras.
Quizá más tarde, cuando se le hubiese pasado el enfado, estaría más que dispuesto a verla desfilar con los conjuntos de lencería que seguramente se habría comprado.
—Lo siento —se disculpó.
Tenía aspecto desaliñado. Varios mechones de pelo escapaban de su coleta y llevaba la blusa y la falda arrugadas. Su cara y sus brazos estaban quemados por el sol.
No tenía ninguna bolsa o caja a su alrededor.
Se detuvo, confundido.
Quizá había encargado que le trajeran todas sus compras más tarde, pero para asegurarse se acercó hasta la puerta. Nada.
No parecía contenta ni excitada, como solía ser habitual en las mujeres cuando les daban carta blanca para comprar.
—Llegas tarde —dijo él.
Se sentía incómodo de que le hubiera pillado con la guardia baja y le hubiera hecho desviar su atención de los planes y horarios que tenía para la cena.
—Te he dicho que lo siento —replicó, sin mostrarse intimidada por su tono acusador—. Pero te prometo que no tardaré nada en arreglarme.
Se quitó la horquilla del pelo y se dirigió hacia la habitación, desabrochándose los botones de la blusa.
—Tardaré veinte minutos.

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