Saturday, October 31, 2015

capitulo 36

La aurora se había abierto paso por entre la noche. El brazo de Peter era como una fuerte ancla que la retenía.
Lali no había podido dormir, pues una especie de fascinación infantil la dominaba al verlo allí, junto a ella. Ocho años de necesidades y anhelos insatisfechos embargaban sus emociones.
Por ello, perder uno de esos momentos durmiendo le parecía inconcebible. Pensó que lo que sentía por él era verdadero amor, grandes oleadas que la inundaban con un vigor que crecía hora tras hora.
¿Cuántas mujeres habrían experimentado ese abandono en los brazos de Peter? Tensó los músculos tratando de dominar esa inquietante inseguridad.
La víspera, Peter le había dicho que Belen apreciaba su libertad tanto como él. ¿Por qué había de recordarlo en ese momento? ¿Por qué estaba allí, herida de amor, soñando idioteces, analizando su propio corazón?
Peter no había hecho otra cosa que tomar lo que le ofrecían. No había tenido la intención de relacionarse con ella. Al principio la había esquivado, pero más adelante había decidido que bien podría permitirse alguna debilidad. ¿Por una noche, por dos? Poco a poco fue liberándose de su tibio abrazo. Peter no la amaba. La deseaba. Nada había cambiado.
La noche anterior se había prometido a sí misma que se iría. Había sido una promesa desesperada hecha por una mujer igualmente desesperada, que había perdido todo control de sus emociones. Él la atraía hacia la ruina como un imán.
Flexionó las piernas, poniendo la barbilla entre las rodillas, furiosa consigo misma. Pero el efecto de esas sensaciones fue compensado por la atormentadora convicción de lo mucho que lo amaba.
Cuando salía del baño oyó el timbré del teléfono. Se vistió sin hacer ruido y salió.
Al volver, vio que la puerta de la alcoba estaba entreabierta. De espaldas, Peter procedía a abrocharse el pantalón. Ciertamente la había oído entrar.
-¿Te vas? ¿No quieres desayunar?
Ella creyó distinguir una tensión muy fuerte en los músculos de su espalda. Al ver los rasguños que le había hecho, se ruborizó. Peter se metió los faldones de la camisa y se dio la vuelta. -Me mentiste -la espetó.
-¿Mentirte, yo?
-¿Cuándo le informaste a Maxwell que estabas aquí? -le preguntó rabioso.
-Pero yo no... ¡Oh, el teléfono! -horrorizada comprendió que Peter había contestado la llamada.
-Te arrastraste hacia él. No lo niegues.
Ella se llevó las manos a las mejillas.
-¿Qué ha dicho?
-Digámoslo de otro modo. No habló con su habitual tono amable cuando contesté -repuso con tono burlón-. Ciertamente mostró incredulidad y desazón, algo impropio en un rastrero que ha estado engañándote desde el primer día.
Lali se sentía enferma.
-¿Qué le has dicho?
-Quería saber qué estaba haciendo yo aquí a estas horas. Seguía rabiando cuando colgué el teléfono -murmuró burlón-. Dudo mucho que pueda perdonarte. Es un egoísta integral.
Atormentada, ella negó con la cabeza.
-Te juro que no sé cómo ha podido averiguar que estaba aquí. Simplemente lo habrá supuesto.
Probablemente fue el mismo que telefoneó anoche, cuando no contesté a tiempo.
-¡Qué contrariedad! -exclamó él con tono agresivo-. Todo un caso de mala sincronización.
-No tenía por qué mentirte -declaró Lali, dolorida.
Él la miró con fiereza.
-¿Cómo demonios crees que me he sentido al contestar la llamada de ese estúpido? -preguntó furioso. ¿Qué estaría pensando su padre? ¿Se habría enterado de que era Peter?, se preguntaba Lali. Entre Peter y Grant sólo había un elemento de paralelismo, un odio mutuo ante la sola mención de sus nombres. Suspiró. Debería haber telefoneado a Grant desde hacía mucho tiempo. Él no era rencoroso. Además, ella nunca había creído que la expulsaría por completo de su vida. Pero él la había herido, y cuando alguien lo hacía, tardaba mucho en abandonar su coraza defensiva.
Cuando Peter bajaba por la escalera, Lali estaba reponiendo la leña de la chimenea. Le dirigió una mirada furtiva, dándose cuenta de que aquella quietud no presagiaba nada bueno. En su escrutadora mirada todavía existía un terrible fulgor.
-Siento mucho haberte gritado, pero debes comprender que esa era la última voz que esperaba oír.
Ella alcanzó a murmurar: -¿Quieres café?
Peter le respondió con un dejo de amargura.

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