Wednesday, October 28, 2015

capitulo 6

Entró en el pequeño salón. Aquella ala de la casa era muy vieja, pero debido a su poco uso conservaba una buena apariencia. Era una habitación muy extraña que había sido reservada para recibir visitas en una casa en la que nunca hubo visitantes.
Subió las escaleras. El tiempo no había tratado mal a su antigua habitación.
Luego pasó a la habitación de sus abuelos. Estaba igual. La cama alta, el suelo cuarteado. Peter se mantuvo discretamente tras ella, pero Lali sentía su proximidad y automáticamente se alejó de él mientras bajaba las escaleras.
Sólo quedaba un cuarto: la cocina-comedor donde solía pasar la mayor parte del tiempo. En un esfuerzo por sobreponerse a su excesiva sensibilidad, abrió la puerta de golpe. Peter se le adelantó para abrir las cortinas. La luz dio de lleno en los mosaicos del suelo, destacando la modestia de los muebles.
-Sabía que volverías -repuso secamente.
Ella levantó la barbilla, negando la tensión que sentía.
-¿Así soy de predecible?
-Esa no es la palabra que yo elegiría -la miró con aspereza.
-Aquí nada parece haber cambiado -ruborizada, esquivó su mirada y se las arregló para sonreír.
-¿Creías que habría cambiado, que a ti simplemente te bastaría con representar el papel de dama generosa?
-Realmente no sé de qué estás hablando -mintió.
-Julia bien pudo haberte echado del entierro de Nat llevada por un desmedido sentimiento de lealtad hacia él. Estoy seguro de que se arrepintió.
-No -negó de inmediato.
-¿Cómo lo sabes? Jamás volviste para averiguarlo. ¿Era tan grande tu orgullo que en seis años no pudiste darle otra oportunidad?
Su incisiva crítica la hirió. Independientemente de lo que hubieran dicho sus abuelos, a Lali la habían echado a la calle, advirtiéndole que no debía volver nunca. Pero no había ninguna razón para defenderse, lo cual sólo habría provocado más preguntas sin respuestas. Peter querría saber por qué le habían hecho eso.
-Supuse que no me dejarían entrar y no quise correr el riesgo -declaró en tono áspero-. Le escribí... no sé cuántas veces y nunca contestó mis cartas. Su silencio fue muy elocuente.
Siempre fue una mujer de pocas palabras.
-¿Le escribiste? -inquirió, frunciendo el ceño.
-¿Tampoco te enteraste de eso?
-Creía que no reaccionaría como Nat -la respuesta de Peter no tuvo el mismo sarcasmo que la de Lali.
-No hables de mis abuelos como si los hubieras conocido. Nunca los conociste de igual a igual. Para ellos siempre fuiste un Lanzani, una estirpe aparte. Estoy segura de que nunca mantuviste una conversación sincera con ninguno de los dos -la ira la hizo palidecer.
-Hablas como si estuviéramos en el siglo pasado.
-En esta casa vivíamos así.
«Y también en la tuya», pensó, dejando entrever sus pensamientos con una sarcástica mirada.
-Tal vez te guste saber cómo llegué a comprar este lugar -continuó ella con tono indiferente-. Mi abuelo me fue a ver a Londres y me pidió que lo comprara. Me dijo que era lo menos que podía hacer por ellos.
-¿Lo culpas por eso? Recuerda que te largaste sin decir nada. Dos años después, apareciste en los periódicos como estrella de cine, en una premier con Maxwell.
«Y me gustó muchísimo», se dijo para sí. «Collares de diamantes, un vestido de diseñador, en fin, todas las cosas de que están hechos los sueños».
-Supongo que todo esto puso a la gente de aquí en su lugar -respondió burlona.
-Por supuesto. Durante meses fuiste el tema preferido de conversación. De la pobreza a la riqueza.
-No fue esa mi intención. A mucha gente le aburre el cuento de la Cenicienta -sonrió.
-¿Estás hablando de Maxwell como si fuera tu hada madrina o el príncipe deslumbrante? De un modo u otro fue un compañero apropiado, pero muy sórdido para una jovencita de diecinueve años. Y no creo que tuvieras el dinero suficiente para comprar esta finca, en esa etapa tan temprana de tu carrera.

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