Sunday, October 25, 2015

capitulo 69 y 70

Sentía su cuerpo arder de pasión. Había tenido que ser ella la que lo condujera al interior de la fiesta. No habría podido dar un paso por sí mismo si su vida hubiera dependido de ello.
Lo último que deseaba en aquel momento era alternar con conocidos y mantener conversaciones. Habría preferido mandar un cheque a la organización benéfica de aquella noche, de la que ni tan siquiera podía recordar el nombre, y llevarse a Lali a la cama más cercana. A la suya, a la de él, a una en el hotel... ¡A cualquiera!
Pero aunque había sido ella la que lo había obligado a hacer lo correcto y seguir con los planes que tenía para esa noche, no podía dejar de oír aquellas palabras en su cabeza: no llevo ropa interior.
Su mirada se desvió una vez más al trasero de Lali, que se balanceaba bajo la tela del vestido cada vez que se movía.
Si no le hubiera dicho que no llevaba nada debajo, ¿se habría dado cuenta él? Quizá. Habría sido capaz de pasarse horas mirando aquel trasero. Aunque lo más seguro es que no se hubiera dado cuenta, Y eso que era un experto en ropa interior femenina.
Pero ahora que lo sabía, no podía concentrarse en otra cosa.
La gente seguía acercándosele, y Lali lo guiaba de un lado a otro. No era capaz de escuchar nada de lo que le decían.
—¿Podemos irnos ya? —susurró Peter junto a su oído en la primera ocasión que tuvo, estrechando su cuerpo contra el suyo para que supiera a qué se estaba refiriendo.
Con una amplia sonrisa en su rostro, ella ladeó la cabeza antes de contestar:
—Acabamos de llegar. Sería muy descortés marcharnos tan pronto.
Peter tomó el plato que le ofrecía y se sirvió un poco de todo lo que había en el bufé, mientras ella hacía lo mismo.
—Entonces —dijo él junto a su oreja—, encontremos un rincón oscuro para poder estar a solas.
Lali rió. Peter apretó con tanta fuerza el plato, que se sorprendió de que no se rompiera en pedazos.
—No voy a escabullirme contigo en mitad de esta fiesta, sólo para que puedas ponerme las manos encima.
Su voz era de reprimenda, pero sus ojos mostraban un brillo sensual.
—Entonces, no deberías haberme dicho lo de tu ropa interior.
Ella parpadeó un par de veces.
—Es que no llevo ninguna —dijo con pretendida inocencia.


Con los platos de ambos llenos, se apartaron del bufé hacia la mesa alargada en la que les habían asignado sus asientos con otras tres parejas a las que Chase apenas conocía. Cuando llegaron a la mesa, dejaron los platos en sus sitios.
Todavía con una amplia sonrisa en los labios, Lali se acercó a él.
—Eso era sólo el aperitivo —susurró—, algo con lo que despertar tu interés hasta que esta fiesta termine y podamos regresar a tu casa y hacer todas esas cosas con las que estás soñando ahora mismo.
El se quedó observándola unos segundos. Luego, Lali se sentó rozando con su hombro el muslo de Peter.
—Te prometo que la espera merecerá la pena.
Aquellas palabras, en lugar de calmar el deseo que sentía en sus venas, echaron más leña al fuego.
Cuando estuvieran a solas, la haría cumplir aquella promesa. En aquel momento había unas cuantas imágenes dando vueltas en su cabeza, y se aseguraría de hacer realidad cada una de ellas.
—Así lo espero —murmuró él junto a su oído al sentarse.
Lali hizo una mueca y le dio una palmada en la rodilla.
Durante la siguiente hora, comieron, bebieron champán y hablaron con sus compañeros de mesa. A Peter no podía importarle menos lo que estaban diciendo los demás, pero era educado, y se mostró conversador.
Después de la cena y de los consabidos discursos, todo el mundo dejó sus asientos y comenzaron a mezclarse los invitados. Había llegado el momento de sugerirle que se fueran, tal y como Peter había estado deseando durante toda la velada.
La tomó por el codo para irse, cuando un grupo de mujeres esbeltas y atractivas mujeres se acercaron hasta ellos.
—¿Lali? —dijo una de ellas, vestida de malva—. ¿Lali Esposito?
—¿Sí? —se giró Lali con expresión amable, tal y como había estado toda la noche.
Peter estaba empezando a cansarse de aquel comportamiento diplomático que había mostrado durante toda la fiesta.
—Pensé que eras tú —dijo la mujer, tomando las manos de Lali entre las suyas—. Hace años que no te veo. Desde el instituto.
Las otras tres mujeres asintieron y sonrieron igualmente. Pero cuando Lali no las reconoció, la del vestido malva suspiró e hizo una mueca con los ojos.
—Tisha Ferguson. Fuimos juntas al instituto. Ahora soy la señora de McDonald —añadió, agitando su mano izquierda, asegurándose de que todo el mundo a su alrededor viera el enorme diamante de su anillo—. Me casé muy bien.

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