Las reflexiones de Peter junto al féretro no eran precisamente religiosas ni pacíficas. Al contrario; los recuerdos eran tan amargos y dolorosos que se le clavaban como cuchillos.
—Tu madre es una ramera y una yonqui. ¡No te creas una sola palabra de lo que diga esa zorra mentirosa! —le había advertido Valente a Peter cuando éste tenía siete años—. Cuando la visites, no olvides nunca que tú eres un Varga y que ella no es más que escoria irlandesa.
Valente, sin embargo, se había superado a sí mismo cuando Peter se enamoró por primera y última vez a los quince años. Le había pagado a una prostituta de lujo para que sedujera a su impresionable hijo a lo largo de una semana.
—Tenía que convertirte en un hombre, y la verdad es que esa mujer se quedó impresionada. Sabrosa, ¿verdad? Lo sé porque la probé antes de mandártela —decía Valente con una risa lasciva—. Pero no puedes amarla. Es una fulana y nunca volverás a verla. En el fondo todas las mujeres son unas fulanas cuando se acercan a hombres con dinero y poder.
Aquella devastadora declaración estuvo acompañada de las carcajadas de los socios de su padre.
—Los sentimientos y los negocios son incompatibles —había sentenciado Valente cuando el padre del mejor amigo de Peter se pegó un tiró por culpa del fracaso en una negociación después de que Valente se desentendiera de la misma—. Yo velo por mis intereses, y, siempre que me seas fiel, también por los tuyos. La familia y los amigos no cuentan para nada a menos que pueda sacar algo de ellos.
No mucho después Peter había recibido un sermón sobre los valores del aborto, el rechazo y la intimidación en cuanto a los embarazos no deseados. Al pensar en aquella ironía, Peter casi sonrió por primera vez en varios días. Valente había engendrado a una niña en Irlanda, durante una breve aventura con la viuda que una vez había sido la asistenta de Lanzani Court, el hogar ancestral de su mujer. Ahora Peter tenía una hermanastra, una chica de quince años con una boca y unos modales insolentes y los grandes ojos de los Varga. Él había pagado sus exclusivos internados durante los últimos cuatro años, aunque no le había hecho por ningún vínculo emocional. Peter siempre tenía un propósito para todo. Su generosidad no sólo le había servido para avergonzar y enfurecer a su padre, sino para no quedar mal ante los recelosos habitantes de Ballyflynn.
Arrojó al féretro una foto descolorida de su madre y la ruinosa mansión de Lanzani Court, deseando con todas sus fuerzas que el espíritu de su madre acosara el alma de Valente en el purgatorio y el infierno.
Siguiendo las órdenes de Mercedes, Lali acabó el trabajo antes de lo previsto y se marchó a casa. Para entonces, ya sabía que, con Zenco a punto de desaparecer, su carrera tenía las horas contadas. A corto plazo no la preocupaba estar una temporada en paro pues no tenía problemas económicos, pensó en un intento por mantener el optimismo. Pero Benjamin, siempre tan precavido, decidiría sin lugar a dudas que una fecha para la boda estaba fuera de toda cuestión.
Lali intentó no pensar en la perspectiva de otro par de años ocultando su adicción secreta a las revistas de bodas y sonriendo con valentía cuando le
preguntaran cuándo sería el gran día. Se habría cortado el brazo antes de permitir que Benjamin sospechara lo ansiosa que estaba por casarse y ser madre, ya que no quería presionarlo. Pero llevaban cinco años juntos y dos de compromiso. A sus veintiocho años, estaba más que preparada para dar el siguiente paso.
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