Monday, October 19, 2015

capitulo 1 y 2

Lali Esposito miró a su alrededor con atención, mientras recorría el pasillo, haciendo sonar los tacones sobre el suelo. No había nadie detrás del mostrador de la recepcionista, claro que era la hora de comer. Precisamente, había aprovechado esa hora para dejar su oficina y acercarse hasta allí.
Mientras caminaba, iba fijándose en los rótulos de las puertas en busca del hombre al que debía ver, aunque no porque lo estuviera deseando. Lo cierto es que no quería. Si su padre no estuviera desesperado, y por ende ella también, habría pasado el resto de su vida sin encontrarse de nuevo con Peter Lanzani.
Al ver su nombre impreso en letras negras sobre fondo dorado al final del pasillo, su estómago dio un vuelco y sintió deseos de darse media vuelta y salir corriendo. Pero había decidido hacer aquello e iba a hacerlo.
Alzó la mano, llamó a la puerta y se secó el sudor de las manos en la falda de lino roja que llevaba, para que no se diera cuenta de lo nerviosa que estaba cuando se estrecharan las manos.
—Adelante.
Tomando el pomo, abrió la puerta de madera oscura y entró.
El despacho era enorme, con tres grandes cristaleras con vistas a la ciudad. Una alfombra oriental y dos butacas de piel ocupaban el espacio que había al otro lado del escritorio de cerezo.
Detrás de aquel escritorio, Peter estaba sentado, escribiendo unas notas, mientras mantenía una acalorada conversación con alguien por teléfono. No se molestó en levantar la mirada, aunque estaba segura de que la había oído entrar.
Sin querer tomar asiento hasta que se lo ofreciera, Lali se quedó donde estaba, junto a la puerta, jugueteando con el cierre de su bolso.
Estaba tan guapo como lo recordaba, aunque más maduro. No había vuelto a verlo desde que eran adolescentes.
Su pelo era negro, corto y un pequeño rizo caía sobre su frente. Y, por lo que podía ver, el impecable traje gris que llevaba le sentaba a la perfección. Era ancho de hombros y pecho y sus bronceadas manos se veían lo suficientemente fuertes como para construir un edificio. O acariciar el muslo de una mujer.
¿Cómo había pensado eso? Se colocó la tira del bolso sobre el hombro y contuvo la necesidad de abanicarse. Sentía mariposas revoloteando en su estómago, y sus rodillas temblaban.
El hecho de que tuviera unas impresionantes manos grandes no quería decir nada, a pesar de que la hubieran distraído. Quizá fuera porque hacía tiempo que no había disfrutado de compañía masculina e incluso mucho más desde que las manos de un hombre se habían acercado a sus muslos.
Oyó un clic y parpadeó, dirigiendo la mirada al hombre que había detrás del escritorio. Mientras ella fantaseaba con unos largos y masculinos dedos deslizándose
bajo su falda, Peter había acabado la llamada y ahora estaba mirándola con un brillo de impaciencia en sus ojos verdes.
—¿Puedo ayudarla? —preguntó él.

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