Lali expulsó una temblorosa exhalación. Sólo habían pasado siete semanas desde que rompieron, y el dolor aún era demasiado crudo y reciente. Pero se dijo a sí misma que lo superaría sin ceder un solo palmo a la amargura o los celos.
Eugene McNally, el corpulento abogado de mediana edad y rostro colorado, le dio las llaves de la finca de Julia Calvo, aunque no parecía muy contento de hacerlo. Su decepción había sido evidente cuando Lali declaró que no tenía el menor interés en oír ni discutir la suculenta oferta que acababan de hacer por la propiedad. Sin embargo, aunque ya había recibido abundantes detalles por correo, Lali tuvo que escuchar pacientemente el discurso del señor McNally sobre las deudas que había dejado su difunta prima.
—Esta herencia no va a hacerla rica —le advirtió—. Incluso puede que le cueste dinero. No es fácil obtener beneficios con los caballos.
—Lo sé —dijo Lali, preguntándose si aquel abogado la vería como una joven ingenua y estúpida.
Era comprensible que haber cambiado de idea en el último minuto sobre la venta de la propiedad no fuera del agrado del señor McNally ni del comprador. Pero se había deshecho en disculpas por teléfono cuando un giro inesperado en su vida le había hecho replantearse su futuro. El comprador cuya oferta había rechazado era una empresa llamada Lanzani Enterprises. Obviamente se trataba de una empresa local, pensó Lali amargamente, y pisotear los negocios locales no era la mejor manera de hacer amigos.
Con todo, y a pesar de que su traslado a Irlanda era una jugada indiscutiblemente arriesgada por su parte, estaba convencida de que sus más allegados se equivocaban al considerar que estaba cometiendo el mayor error de su vida.
—¿Con esto pretendes castigarme y hacer que me sienta mal? —la había acusado Benjamin al enterarse, lleno de resentimiento.
—Parece que te has vuelto loca de repente —había murmurado preocupadamente su padrastro—. ¡Te estás comportando como una adolescente con la cabeza llena de pájaros!
—Sería más emocionante que te metieras en un convento que confinarte en ese pueblo de palurdos en el fin del mundo —le había advertido su madre, exasperada— .Yo me moría de ganas por salir de allí. No lo vas a soportar. ¡Estarás de vuelta en Londres en menos de seis meses!
Pero Lali no lo veía de la misma manera. Sentía que estaba haciendo lo correcto. De hecho, se sentía diferente, aunque no podía explicarse por qué. Pero apreciaba enormemente que por una vez pudiera tener el pleno control sobre su destino. Eso le otorgaba una maravillosa sensación de libertad. Estaba impaciente por dirigir su propio negocio, y confiaba en el trabajo duro para salir adelante.
Salió muy lentamente de Ballyflynn. El mismo muro que la había recibido volvía a extenderse ante ella. Lali sintió un nudo de expectación en el estómago. La servicial secretaria de Eugene McNally le había dado instrucciones precisas para llegar a la propiedad: tenía que seguir un kilómetro una vez cruzado el puente y torcer a la izquierda en el camino que aparecía tras un castaño.
El camino era desigual y sinuoso, y los setos que lo flanqueaban eran tan altos y densos que no se veía nada a ambos lados. Las blancas umbelas de las zanahorias silvestres que creían en los márgenes se mecían suavemente por la brisa ligera. No
podía esperar gran cosa, se recordó Lali. Era muy importante ser realista y no albergar fantasías absurdas.
massss
ReplyDeleteMaasss
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