Daniela casi se cayó de su bicicleta en su desesperación por hablar con Lali.
—¡Creo que Gas está viendo a esa turista inglesa que se hospeda en Dooleys!
Lali miró la expresión angustiada de la joven y apartó rápidamente la mirada.
—¿Y?
—¿Es que no sabes lo que siento por él? —preguntó Daniela con un gemido ahogado—. ¡Acabo de verlo paseando por el pueblo con ella!
Con gran esfuerzo, Lali se liberó de sus propias preocupaciones y rodeó a la chica con un brazo.
—Siento que estés dolida.
—Estoy más que dolida... Lo quiero. ¡No puedo soportar que esté con otra persona!
Lali respiró hondo pero no dijo nada.
—Vamos... ¡Di lo que estás pensando! —le exigió Daniela con vehemencia.
—Eres demasiado joven para Gas, y me temo que él tiene que seguir adelante con su vida —murmuró Lali lo más amablemente que pudo.
—No entiendes lo que siento por él —masculló Daniela—. Se lo dije a Peter y él lo entendió... porque no me dijo lo mismo que tú... ¡Él se limitó a escuchar!
Lali se fijó en un agujero que tenía el saco de pienso que estaba abriendo. Ella no era tan ingenua como Daniela, que no parecía sospechar lo protector que era su hermano. Se imaginó a Peter escuchando. Él, demasiado listo y reservado como para expresar sus pensamientos. Habían pasado diez días desde que se separaran en Londres. Peter había sido frío como el hielo. No había expresado ni sentido nada. Pero ¿qué había esperado ella? ¿Acaso no era mejor así? Para Peter no había sido más que una aventura de la que pronto se olvidaría. ¿Por qué eso debería dolerle todavía más a ella? Le pesaban tanto los párpados que se maravillaba de no quedarse dormida de pie. Pero sabía que, por muy cansada que estuviera, la asaltarían las pesadillas y se despertaría angustiada en mitad de la noche, y que entonces estaría condenada a dar vueltas en la cama hasta el amanecer.
—No creas que no he notado el modo tan extraño en que os estáis comportando Peter y tú. Si no he dicho nada es sólo porque Tolly me lo prohibió —añadió Daniela, antes de marcharse a ayudar en la rutina matinal de alimentar a los caballos y limpiar el estiércol.
Lali quiso correr tras ella y preguntarle cómo se estaba comportando Peter. Ansiaba saber de él, pero no se permitía a sí misma buscar esa información. Toda su fuerza de voluntad la empleaba en reprimir su deseo... y sus pensamientos. Incesto. La palabra y su significado la atormentaban sin piedad. Había intento ignorarla, pero volvía a la carga una y otra vez. Un crimen contra el orden moral y la sociedad. Un crimen contra la ley. Un crimen que se había cometido y que no podía deshacerse.
Con todo, le resultaba difícil creer que hubiera cometido un error tan grave, aunque hubiera sido sin darse cuenta. ¿Cómo era posible que de todos los hombres del mundo se hubiera enamorado del único que guardaba con ella el mismo vínculo que Stefano? Por otro lado, era lógico que se negara a creerlo. ¿Cómo podía confiar en sus propios recelos acerca de la dramática revelación de Emilia? ¿Por qué una vena de
extraño cinismo le recordaba que incluso a sus diecisiete años Emilia no se había rebajado al nivel de cualquier tipo vulgar y ordinario? Hasta en una remota aldea irlandesa, su madre había conseguido atraer la atención de un hombre rico e interesante. Pero Emilia siempre había sido muy hermosa, y ¿por qué demonios iba a mentir sobre algo así?
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