Sintiéndose cada vez más cómoda con la conversación, Lali fue perdiendo poco a poco la tensión que le producía la presencia de Peter.
—¿Por qué se te tendría que haber ocurrido? Si mal no recuerdo, hace un par de meses ni siquiera sabías que a Daniela le gustaban los caballos.
Peter desmontó del caballo con un movimiento ágil y fluido. Sus ojos buscaron los de Lali, a quien se le secó la garganta.
—Me encanta mirar las flores que crecen por aquí —confesó ella, dándole con el pie a una flor lila con forma de trompeta—. Es preciosa.
—Es una campanilla.
El timbre profundo e intenso de su voz la rodeó como una cadena. Lali echó a andar sobre las hierbas que salpicaban las dunas hasta la arena mojada de la orilla, donde se apreciaban las huellas de cascos.
—Cuando mi madre aún estaba bien, me traía a pasear a la playa y me enseñaba a nombrar las flores silvestres y las veneras: cardos, eringios, hinojo marino, vieiras, buccinos... —recitó él tranquilamente—. Todavía me acuerdo de los nombres.
A Lali le costaba tragar saliva por culpa del nudo que se le había formado en la garganta.
—¿Amigos?
—Ni hablar —rechazó Peter—. Sólo intento convencerte de que no tienes por qué salir huyendo cada vez que esté a dos metros de ti. No corres ningún peligro. En estos tiempos políticamente correctos sólo un estúpido se arriesgaría al contacto físico sin haber sido animado.
Lali se encontró involuntariamente con una mirada ardiente que la desafiaba. El rubor le cubrió toda su pálida piel.
—Pero lo más extraño que es tú estás mostrando señales contradictorias —reveló él con voz sedosa.
—¡Por favor, no digas eso! —exclamó ella, apartándose de él mientras negaba con la cabeza—. Estás confundido.
—Si fuera un hombre educado y cortés, estaría de acuerdo en que me he confundido, pero nunca te mentiría. De hecho iré aún más lejos y te diré que tú ya mientes bastante por los dos. ¿Por qué no eres sincera conmigo?
—Déjalo... ¡Déjalo de una vez! —le espetó ella—. ¡No entiendo por qué sigues insistiendo!
—¿No lo entiendes? —preguntó él, acercándose—. Piensa en esas noches en Umbria, cuando nos quedábamos hablando después de la cena y seguíamos hablando al amanecer. Piensa que nunca tuvimos una sola discusión.
—Oh, sí, claro que la tuvimos...
—Pero sólo por tonterías. Recuerda cuando te compré las fresas de aquel huerto y tú dijiste que nunca habías sido tan feliz.
—El hecho de que siempre me estuvieras dando de comer fue un gesto encantador para una mujer que vivía siguiendo una dieta estricta. Y el vino también ayudó — admitió. Los recuerdos la bombardeaban sin cesar. Recuerdos que se había negado a examinar abiertamente con la excusa de que sería una equivocación deleitarse con algo que nunca debió pasar entre ellos.
—No fue el vino, fue la compañía. Yo tampoco me aburrí contigo.
Maass
ReplyDeleteotroooo
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