Era un hombre que se regía por la lógica, y como tal, lo desconcertaban los comportamientos incoherentes. Algunos hombres decían que esos comportamientos eran propios de las mujeres. Pero él había apreciado el sentido común de Lali desde que la conoció. Lali no hacía montañas de un grano de arena. En la fattoria había resplandecido de felicidad y satisfacción. Incluso cuando estaba dormida lucía una sonrisa en su boca sensual. Su tolerancia y buen humor habían suavizado los bordes de cualquier irritación. A Peter se le antojaba como un oasis de paz en medio de una guerra.
Entonces, ¿por qué una mujer como ella empezaba a actuar de un modo tan extraño? ¿Por qué de repente ponía fin a una aventura más que satisfactoria para ambos, y por qué al mismo tiempo se empeñaba en ofrecer una imagen inconsolable? Cuanto más se esforzaba Peter por resolver aquel enigma, más impaciente se volvía por llegar al fondo del asunto. Sólo entonces quedaría satisfecho, se dijo a sí mismo. En cuanto ella le diera una explicación razonable, podría olvidarse de todo para siempre.
Lali atravesaba el viejo bosque de robles poco después de las seis de la mañana, como cada día. Normalmente iba a caballo, pero Bola de Nieve estaba indispuesta por una infección viral y el veterinario había aconsejado que guardara reposo. Podría haberse llevado a Missy en su lugar, pues había disfrutado sacando de paseo a la joven yegua, pero Daniela la montaba ahora casi a diario, y a Lali ya no le gustaba tomarla prestada.
Como siempre, se detuvo a descansar en el corazón del bosque, donde el roble, el fresno y el espino crecían juntos. Allí recordó la primera vez que estuvo con Peter en aquel claro. Antes de continuar hacia la playa, cerró los ojos y deseó con todas sus fuerzas ser feliz, como si aún fuera una niña que creía en los lugares mágicos y los hechizos de las hadas.
La arena dorada se extendía en un extenso arco ininterrumpido desde las rocas de un extremo hasta el lejano cabo en el otro. Aquel día el cielo era de un gris violáceo y apenas soplaba aire. Con la cabeza gacha, Lali empezó a pasear por las dunas.
—Lali...
Levantó la cabeza de golpe, echando hacia atrás su melena negra y con un destello de angustia en sus ojos negros.
—¿Cómo es posible que no me hayas visto? —le preguntó Peter, mirándola desde el lomo de su gran castrado negro—. ¿Por qué no estás montando a Missy?
—Daniela la adora...
Él arqueó una ceja interrogativamente y ella captó la insinuación.
—No se le ocurriría decir nada si yo montara a Missy, pero recuerdo cómo me sentía yo con mi primer caballo, y creo que está bien que Daniela tenga a Missy para ella sola.
Peter puso una mueca.
—¡No me puedo creer que ni siquiera haya pensado en comprarle un caballo para ella sola!
Maasss
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