Saturday, October 3, 2015

capitulo 19

—¡Hay una gorda corriendo por tu jardín! —exclamó Mary con absoluta perplejidad.
¿Gorda? Peter se habría echado a reír de no ser porque en aquel momento se dio cuenta de que el semental estaba muerto de miedo. En semejante estado de pánico, el caballo era tan peligroso para sí mismo como para la alocada mujer que lo perseguía. Sin dudarlo un instante, Peter corrió hacia las escaleras.
—Tranquilo, Pluto... Eres un caballo muy bueno... muy bueno —Lali se esforzaba por hablar en tono tranquilo y reconfortante, pero apenas le quedaba aliento en los pulmones y sólo le salía un hilo de voz acompañada de agónicos resuellos.
Mostrando sus blancos dientes, Pluto giró bruscamente como un toro mecánico y se lanzó al galope hacia ella. Lali se quedó petrificada. Por el rabillo del ojo advirtió un movimiento repentino, pero ésa fue la única advertencia que tuvo antes de que algo la levantara por los aires y la hiciera darse de bruces contra la tierra mojada, quedando sus costillas momentáneamente aplastadas bajo un cuerpo masculino y enérgico. El estruendo de los cascos pasando escalofriantemente cerca de sus orejas la hizo darse cuenta de que había estado a punto de ser arrollada y pisoteada.
—No se mueva —rugió una voz masculina con acento extranjero. El hombre se levantó y le quitó el cabestro de Pluto de la mano.
Lali se dio la vuelta y vio cómo el hombre se acercaba al caballo, que resoplaba y se agitaba con inquietud. Era muy alto y se movía con una elegancia y seguridad pasmosas. Tenía el pelo negro y muy corto, y sus pies descalzos se hundían en la hierba mojada. Su camisa azul ondeaba hacia atrás por la brisa matinal, revelando un torso esculpido en fibra y músculo y ligeramente cubierto de vello oscuro, y unos vaqueros desgastados se ceñían a sus esbeltas caderas y poderosos muslos.
Lali se reprendió a sí misma por aquel escrutinio tan fuera de lugar al que lo estaba sometiendo y entonces se percató de que le estaba hablando suavemente a Pluto. Aquel hombre sabía cómo tratar a los caballos, de eso no cabía duda. El gigantesco semental temblaba nerviosamente, y el hombre, sin dejar de hablarle con calma y serenidad, alargó las manos y le pasó lenta y hábilmente el cabestro por la cabeza. Lali contempló en silencio cómo el animal se tranquilizaba bajo una autoridad mucho más firme de la que ella se hubiera atrevido jamás a intentar.
Hasta ese momento, sólo había llegado a ver el perfil de su rescatador, pero entonces lo vio cara a cara. Sus ojos negros se abrieron como platos y el corazón le dio un vuelco. Aquel hombre era arrebatadoramente atractivo, y por un segundo Lali pensó que había algo familiar en su sorprendente aspecto.
Frunció el ceño y desechó esa idea, pero no apartó la mirada de él y siguió empapándose de la imponente vista con una avidez visual desconocida para ella. Tenía los pómulos recios y marcados, unos ojos verdes separados por una nariz  fuerte y una mandíbula robusta y agresiva.
—Gracias —dijo Lali con voz temblorosa.
—Así que es usted la mujer que está pensando en retirarse a vivir al campo y cultivar verduras en mi puerta —dijo él con voz profunda y ronca—. Soy Peter Lanzani.

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