Friday, October 2, 2015

capitulo 3

Su madre, Emilia, había huido de Irlanda y de su familia tras quedarse embarazada siendo aún una adolescente. Se había instalado en Londres y nunca quiso decirle a su hija quién era el padre. A Lali le habría encantado que la animara a visitar Ballyflynn, el pueblo natal de Emilia, y habría aprovechado la oportunidad para intentar descubrir por sí misma la identidad de su padre. Pero la suerte no la acompañó, pues al día siguiente tenía que firmar los contratos para la venta del negocio. Apremiada para anteponer la sensatez al sentimentalismo, acabó cediendo a la presión y accediendo a vender la herencia que no había llegado a ver. Después de todo, hacer otra cosa habría provocado un drástico vuelco en su vida.
Su teléfono móvil empezó a sonar, y aunque se sentía incómoda por sus reflexiones, intentó responder con el mejor ánimo posible.
—Lali... ¿sabes si mi traje de Armani sigue en la tintorería? —le preguntó Benjamin con voz tensa.
—Déjame pensar —dijo ella. El fin de semana pasado, Benjamin le había pedido que recogiera su traje si le era posible, y ella le había asegurado que lo haría. Pero ¿lo había hecho? Desde que el trabajo empezó a invadir su tiempo libre, le resultaba cada vez más difícil atender los pequeños detalles de la vida.
—Lali... —la presionó Benjamin—. Tengo prisa.
—Sí, lo recogí.
—¡Pues no está en el armario! —espetó Benjamin, tan cortante e impaciente como sólo podía serlo un abogado. Había sido igualmente rotundo y categórico al afirmar que Irlanda era tan verde porque nunca paraba de llover, y que por tanto no podía considerar la isla como el lugar perfecto para sus vacaciones—. ¿Se puede saber dónde está?
Lali se lo imaginó con el mechón de pelo rubio cayéndole sobre la frente y sus brillantes ojos azules iluminando su rostro bronceado. El amor la hacía sentirse vacía y anhelante. Se estrujó los sesos y recordó haber entrado en el apartamento de Benjamin cargada con bolsas de la compra y el traje de Armani sobre el brazo.
—Dame un momento. Estoy intentando recordar.
—¿Por qué eres siempre tan desorganizada? —la acusó Benjamin, repentinamente furioso.
Atónita por aquella crítica tan injusta, Lali apretó los párpados con fuerza e hizo un esfuerzo supremo por acordarse.
—Tu traje está colgado en la percha de la puerta de la cocina.
—Que está... ¿dónde? Oh, no importa —dijo Benjamin, no precisamente agradecido.
—Es la última vez que te hago un favor un sábado sólo para que puedas encontrarte con tus amigos en el gimnasio —declaró ella—. No soy desorganizada, ¡simplemente no tengo tiempo para tantas cosas!
Hubo un incómodo silencio al otro lado de la línea.

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