Tuesday, October 6, 2015

capitulo 42

Le presentó a la mujer, pero Lali, horrorizada por sus reacciones, estaba impaciente por marcharse.
«Me gusta tu boca». Un pecaminoso escalofrío la recorrió de arriba abajo y se sintió humillada por su propia susceptibilidad. Los ojos le escocían por un repentino aluvión de humedad. Después de todas las experiencias que había tenido esa mañana, la sensación de inseguridad que la dominaba era la gota que colmaba el vaso.
—Mi número privado... por si acaso necesita contactar conmigo —le dijo Peter, tendiéndole una tarjeta.
Lali la aceptó, pensando que jamás la utilizaría.
Como un oportuno caballero en un caballo de batalla, Tolly apareció de repente para abrirle la puerta.
—Gracias —murmuró ella.
—Conduzca con cuidado —le aconsejó el viejo en un atribulado susurro.
Cuando Lali volvió a su casa y Sansón se lanzó hacia ella para darle la bienvenida, estaba dominada por la ira y la frustración. Sólo había pasado una semana desde su llegada, convencida de que sus sueños se harían realidad. Por una vez había creído que las cosas le saldrían maravillosamente bien.
Respiró hondo y trató de reprimir el arrebato de autocompasión que amenazaba con invadirla. Tenía que mantener la calma y no perder los nervios, se dijo a sí misma.
Un par de horas más tarde, estaba haciendo números y cuentas cuando llamaron a la puerta.
Era Tolly, que traía una cesta de verduras frescas.
—Del huerto de la cocina. Nosotros tenemos demasiadas.
Lali no se dejó engañar por la amable excusa, porque la expresión de los ojos de Tolly delataba su preocupación.
—Su jefe y yo hemos tenido una ligera discrepancia de opinión, y eso es todo lo que voy a decir al respecto.
—Oficialmente, ya no trabajo para Peter —protestó el viejo. Tomó a Sansón del suelo y lo llenó de caricias.
Lali lo miró con una ceja arqueada.
—No comprendo.
—Llevo años jubilado. Tengo una casa acogedora y una buena pensión, pero me aburro sin hacer nada —admitió Tolly tristemente—. Por eso aún intento ser de utilidad en Lanzani Court. Cualquier cosa que me diga será estrictamente confidencial.
—No hay nada que decir —insistió Lali, deseosa de dejar el tema—. Supongo que estoy un poco estresada porque tengo que volver a Londres para arreglar el envío de mis cosas. ¿Hay en el pueblo alguna residencia para perros?
—Puede quedarse conmigo. Nos haremos compañía el uno al otro.
—¿Seguro que no le importa?
—En absoluto. A la difunta señora Lanzani le gustaba tener perritos pequeños — comentó Tolly alegremente.
Lali se acercó a la ventana para mirar el tráiler de ganado que entraba ruidosamente en el patio.
—Me pregunto quién será.
—¿Un cliente?
—No, los primeros caballos no llegan hasta la semana que viene, cuando lo tenga todo preparado para acogerlos.

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